domingo, 14 de abril de 2024

APOLOGÍA DE LATINOAMÉRICA



Cuando se habla de Latinoamérica se piensa de manera desmesurada. Es que, por su propia densidad y exuberancia, no hay manera distinta de abordarla. Ella se nos viene encima como desbocada manada de búfalos. De caballada salvaje sin límites visibles. Se piensa en belleza y horror al mismo tiempo enrevesado. Asalta en lo prosaico y en su magia cósmica, en lo pedestre y en lo excelso. Todo ello amalgamado. Latinoamérica es continente de historia inmensa, es Amerindia nacida treinta mil años antes del falso 1492, arrojada desde aquella profundidad a un tiempo futuro de infinito colorido, de saturante heterogeneidad, de infinita riqueza natural, geográfica, vegetal y animal, en la que estamos nosotros, sus seres humanos. De modo alguno fueron Colón y aquellos aventureros del Siglo XV quienes han, pretendidamente, descubierto este continente inmenso. Lo descubrieron ellos, ignorantes de su preexistencia, es posible. Pero su ilimitada existencia era por sí misma tan conocida y epifánica desde que la Pangea comenzó a desmembrarse. Pero también, resulta que, con el tiempo, los latinoamericanos llegamos a saber además que somos nosotros mismos los que todavía no terminamos de descubrirnos. Nos han llenado de judeo cristianismo, pero esas religiones y creencias que nos trajeron, las hemos acomodado con las de nuestros pueblos originarios, en una argamasa hecha de altares con apachetas, cruces con serpientes, pumas y cóndores, Dios con Inti, y ha nacido así un mundo de deidades y santos con formas de Cristos, chamanes, pais, umbandas y sacerdotes paganos, pariendo un extraño coctel esotérico que nos tiene atrapados, y que, religión al fin, no nos deja pensar con sensatez. Latinoamérica es de una inmensidad en la que por alguna decisión cósmica se han juntado realidad y fantasía, coherencias con contradicciones, las peores estulticias con genialidades, mundos tangibles de huesos, lluvias, carnes, sangres, caminos, sexos ardientes y perfumes, con otros fantásticos, en que los seres y los paisajes están hechos de espíritus y ficciones, que a veces son más reales que los tangibles, y otras éstos, menos que aquéllos. La bondad más elevada tiene su lugar a la par de la maldad más voraz. El placer más jubiloso de la mano del dolor más cruel. El odio acérrimo y el amor infinito. Todo, y todos, convivimos en el mismo espacio, en el mismo continente, que tampoco quiere tener límites. Porque Latinoamérica y su desmesura no termina en el Pacífico, ni en el Atlántico, tampoco en el Canal de Beagle ni en el Río Colorado. Latinoamérica se extiende por todo el mundo, asoma y conquista en el norte y en el sur, y es apetecida y expoliada en el norte y en el sur. Porque todos, en cualquier lugar del planeta, quieren habitarla y consumirla, penetrarla y devorarla, saben de Latinoamérica y la piensan y la desean desaforadamente. Desesperan por poseerla, aman el samba carioca, el tango sensual, la música andina hecha de viento, la cueca chilena, la guarapa y la guajira, el joropo y el merengue venezolanos, el son y el ballenato colombianos, se excitan con la cumbia, el bolero y la rumba, el cancionero federal y la milonga porteña, caen bajo el peso de su cadencia mortal, y de su mágica fascinación. Se embelesan con la desmesura mexicana, aman a Frida Kahlo y se pierden caminando en los murales de Diego Rivera. Navegan en el Riachuelo de Quinquela Martín, sufren con los dolores de Cándido Portinari, bailan en la Cuba tenaz con los arlequines de Portocarrero, brillan con las flores de Juan Francisco González, danzan con Carlos Quizpez Asin, se pierden en los paisajes de Arturo Calixto Borda, descifran los rostros de Oswaldo Guayasamin y de Arturo Michelena, se embriagan con Fernando Botero. Los latinoamericanos somos dueños del realismo mágico, como se ha adjetivado desde el hechizo de las letras. Borges descansa, después de embelesarnos, frente a una piedra que dice And ne forhtedon na; García Márquez inventó oler jardines desde papeles impresos, Vargas Llosa en un tiempo fue revolucionario, y Julio Cortázar, inventó que escribir puede ser un juego lleno de felicidad. Cada uno en las antípodas de sus antípodas, admirados y envidiados en la Europa todavía monárquica y decadente, patrocinadora de genocidios, en Asia insurgente que avanza sin parar, reconocidos. ¿Quieren selvas? Ahí les damos el Mato Grosso y la Selva Misionera. ¿Quieren ríos? Ahí les va el Orinoco, el Paraguay, el Paraná y el de La Plata. Húndanse en ellos. ¿Nieves? Les damos las eternas desde la Antártida hasta los glaciares y ventisqueros del sur patagónico, hasta las altas cumbres mendocinas. ¿Mujeres? Ahí están Juana Azurduy, Macacha Güemes, María Remedios del Valle…, y les damos, para que se cansen y no vuelvan más, el misterioso Machu Pichu. Todo, para que les admiren y disfruten por un tiempo. No pretendan domesticarnos. ¿Quieren quedarse? Tal vez les demos permiso. Háganlo, pero deberán tomar tequila, pisco, vino fuerte, chicha y mate, ver de lejos a nuestras valientes mujeres, quemarse las entrañas con chiles, tacos, empanadas, chorizo y chotos, y saciados, quedarán maltrechos a nuestra disposición.


 

martes, 13 de febrero de 2024

DIVAGACIONES EN TIEMPOS DE PANDEMIA

Estamos a poco más de un mes que se cumplan cuatro años del día en que se dispuso el aislamiento preventivo obligatorio por la pandemia. La famosa cuarentena. Covid-19. Un nombre que partirá épocas. Me asaltan recuerdos. Me dediqué casi a diario a contestar pedidos de represores que, aprovechándose de esa emergencia, querían irse a sus casas. Les vino bien la pandemia de coronavirus. Son viejos criminales que aprovechan cualquier rendija del azar para eludir los enjuiciamientos y la prisión. Para buscar impunidad. A diferencia de los presos comunes, que caen en las redes del sistema, condenados desde el nacimiento, por el azar del lugar en que los parieron y la injusticia social, esos viejos criminales sí merecen los juicios y la prisión, porque éstos son el sistema. Todo ser humano desea la libertad. Pero si hay quienes no la merecen son esos viejos criminales que primero la han negado a pueblos enteros. Torturado, asesinado, desaparecido, apropiado niños, crímenes cometidos en cantidades escalofriantes. Eran tiempos de buscar refugios. Retomaba entonces un estudio sobre criminología, leía a Máximo Sozzo. Y releía a Alessandro Baratta. Y también una novela de Rubem Fonseca. Textos de distintas selvas. Pero todos tienen que ver con el drama humano. El nombre de Fonseca estaba en mi catálogo mental, pero nunca lo había leído. De pronto un día feriado de aquellos de aislamiento me enteré de su fallecimiento. Se murió en plena cuarentena. Se le paró el corazón. Lo busqué. Su más famoso libro, encontré, es El caso Morel. Estuvo prohibido en Brasil durante su dictadura. Lo googleé, o googlié, no sé cómo se escribe esa palabra, voy a argentinizarla: lo guglié, y lo encontré. Era de bajada libre. Lo hice. Empecé a leerlo. También estaba leyendo El blanco móvil, de Ross Macdonald. Éste lo agarré, recuerdo, después de haber terminado Sol de mayo, un policial del italiano Antonio Manzini. Aparte de escribir largas peticiones buscando que los genocidas sigan presos, dividía esos días en leer criminología, la novela de Fonseca y la de Macdonald. Baratta había muerto hacía casi veinte años, dejó un análisis criminológico difícil de superar sobre el sentido del derecho penal, del sistema penal. Qué es el delito. Quiénes son criminales. Para qué sirve el encierro. Para qué sirve el sistema penal. Son cosas que me pregunto desde mis primeros estudios de derecho penal. Sozzo es un erudito en la materia. A veces pienso que se extiende en dimensiones oceánicas buscando explicar lo que solo tiene un sentido. Los más fuertes oprimen en provecho propio a los débiles. Darwin. En los trabajos de Sozzo son más extensas las citas de autores y bibliografías que sus propios desarrollos teóricos. Fonseca en cambio es breve y preciso como un latigazo, me acelera el pulso, hace por momentos que me erotice. Cita a Camus: la vida es nacer, coger y morir. Fonseca se me revela como un sacerdote que corre telones y muestra los animales que nos anidan. El placer. Ese único objetivo. En El blanco móvil, Lew Archer, su detective estrella, fue contratado por la esposa de un magnate extrañamente desaparecido, para que lo encuentre. Macdonald siempre estuvo a centímetros de alcanzar a Raymond Chandler, y aunque nunca lo logró, es casi tan bueno como él. Las mejores novelas policiales yanquis de los cincuentas se desarrollan en California. En Los Angeles y en Las Vegas. Y son todas iguales. Detectives venidos a menos, losers, contratados por millonarios para encontrar a alguien que se hizo humo, o lo hicieron humo. A veces carne picada. Pero son excelentes, no por la historia sino por la forma en que esos hijos de puta escribían. Hoy tenemos a otros, impresionantes, como los suecos Henning Mankell, Asa Larsson, Stieg Larsson; los italianos Maurizio De Giovanni, Antonio Manzini. Otros suecos que recuerdo ahora, Michael Hjorth y Hans Rosenfeldt con su impecable serie del investigador psicólogo Bergman, y Tove Alsterdal, una periodista que de pronto se dedicó a la narrativa policial y los está matando a todos -en sentido literario, digo-. Giros creativos sorprendentes del género policial. ¿Qué tienen los suecos que revolucionaron la narrativa policial en los últimos veinte años? Debe ser el frío y la nieve que les sensibiliza las dendritas. En la Argentina hay dos o tres que pueden mencionarse. Pienso en el único que es el mejor de todos, Rodolfo Walsh. Hay otros, pero no llegan. En aquella pandemia, la del 2020, los días en blanco me dejaba llevar por senderos aleatorios. Literatura policial. Criminología. Fonseca, que abunda en depravaciones y situaciones criminales. Y estaba Netflix. Buscaba series o películas policiales. Muchas hay buenas. La mayoría basura yanqui de coches persiguiendo coches, algunos que se desbarrancan, otros chocan y dan vueltas por el aire, abundancia de disparos, de muertos, de héroes inverosímiles, los malos son rusos, latinos y musulmanes, ellos son buenos, valientes, lindos y se quedan con las chicas rebuenas que uno sabe de entrada quiénes serán. Algunas series valen la pena de tener el culo metido en el sillón dos o tres horas por día hasta que terminen. Breaking Bad. Fargo. Marcella, pero ésta es inglesa, impecable. Los ingleses son piratas, ladrones, criminales, pero son reputísimamente buenos en la producción de películas policiales, distintos a los insoportables yanquis, que hasta son ridículos. ¿De qué experimento genético salieron los yanquis? ¿Y nosotros? ¿De dónde salimos nosotros? Somos un país la mitad patriotas, que queremos justicia social, construir un país potente, solidario y sin esclavos, y la otra mitad hecha de tres tercios: un tercio de brutos violentos hijos de puta, un tercio de idiotas con sus cerebros quemados por los medios y el restante tercio de cerdos rellenos hasta la nariz de guita, que solo piensa en sus estómagos y sus culos cagando en inodoros inteligentes y lavándose las manos en grifos de oro en Punta del Este y Miami. Me pregunto por qué me sobrevinieron de pronto el recuerdo y las divagaciones de aquella pandemia y cuarentena, próxima a cumplir su cuarto aniversario. Y me golpea una espontánea e inquietante respuesta: porque estamos inmersos hoy en una nueva pandemia. Más peligrosa que la que produjo un virus. Y por eso divago otra vez impotente, buscando refugio.

domingo, 12 de noviembre de 2023

CUENTO O NOVELA (O CÓMO GANARSE ENEMIGOS)

El cuento es algo bastante pretencioso. Tal vez el corsé de su impuesta brevedad lo lleva a la necesidad de apurar sentencias. No es raro que abuse de pontificaciones, peque de ofrecer enseñanzas y se vanaglorie de entregar mensajes. El cuento casi siempre está apremiado por el apuro del objetivo, ante la atadura impuesta por la convencional cortedad de su extensión. Uno o dos personajes, tal vez tres –siempre pocos-, asumen la representación de la humanidad y su drama. El mundo a la carta y rápido, ¡vamos, que hay otros clientes esperando mesa! La novela, en cambio, es más respetuosa del lector. Si nos alecciona sobre algo, se verá al final y quedará por cuenta del lector. Y eso si es que cabe esperar un propósito aleccionador y no sencillamente descriptor de una determinada realidad, por respeto al lector, porque en muchos casos nada pretende aleccionar, solo llevarnos de la mano para apreciar el paisaje. El final no será una suerte de conclusión, a modo de esperada respuesta bíblica, sino la simple hilada final de un tejido que se apreciará a la distancia y en perspectiva, como los gobelinos. Lo hermoso es el viaje, como en la vida. El cuento es nervioso, la novela no. El cuento se lee entre algunas estaciones del subte. La novela se lee mientras se está respaldado en el sillón, o en la cabecera de la cama, al fin del día, sin relojes a la vista. Otra vez el tiempo. Si hay algún objetivo, se verá. Lo placentero es el camino. Llevada a un enfoque social, la novela se trata del complicado pero agradable encuentro con tantas personas nuevas, como las que podemos encontrarnos en la fortuita vigilia de la vida real. Sumado al deleite de detenerse en algunos senderos secundarios y disfrutar de la exuberancia de un follaje hecho de palabras y de sensaciones concomitantes. El que se dispone a escribir un cuento se siente compelido al mensaje como si alguien lo apurara con una Smith & Wesson en las costillas. El que encara la novela lo hace como quien se asoma libre a un inmenso valle, dispuesto a recorrerlo y a descubrirlo, dispuesto a testear la dureza de cada piedra, experimentar el dolor de cada espina y entregado al placer de disfrutar y describir el perfume de cada flor que se crucen en el azaroso camino. Esto no niega que pueden existir las que se han puesto en un anaquel sometido a la literaria taxonomía de novelas breves, y en otro los que han recibido el estigma de cuentos largos (Poe fue acusado de eso). “Un cuento es una novela depurada de ripios”, dijo Horacio Quiroga. Por su parte, Borges, uno de los más grandes escritores argentinos cuyos cuentos, no pretensiosos de mensajes sino de magia, son tal vez los que más valen, primero dijo “Las anécdotas o cuentos suelen ser muy buenos, precisamente porque son mucho más trabajados” (en “Siete conversaciones con Jorge Luis Borges”, de Fernando Sorrentino); y en la misma oportunidad afirmó luego: “No, nunca pensé en escribir novelas… si lo intentara no la llevaría hasta el fin… posiblemente por mi haraganería… Conrad y Kiplin han demostrado que un cuento corto –no demasiado corto- puede contener todo lo que contiene una novela, con menos fatiga para el lector”. Así, tanto Quiroga como Borges se manifestaron en defensa del cuento. Creo –porque nada es seguro-, contestando a Quiroga, que la novela es un cuento parecido a la realidad, que está llena de ripios, que son los que la hacen reconocible, propia y por ende amable y respetuosa, precisamente por su aura de realidad; y en el caso de Borges me permito una pregunta, obviamente sin esperar respuesta (¡qué osadía la mía! Pero de eso estamos hechos quienes estamos vivos no solo porque nuestras células siguen funcionando, sino porque además estamos insuflados de intrepidez): ¿Por qué el autor de esa belleza que llamó Tlon, Uqbar, Orbis Tertius descartó la novela invocando haraganería, si justamente es el cuento -su única producción narrativa- el que según el autor de Ficciones demanda más trabajo? Vayan pasando los enemigos que acabo de ganarme, estoy dispuesto a hacerles frente, y claro, también a sucumbir con hidalguía, porque estoy seguro que mi fin será como el de Leónidas y sus 300. Aunque me abriga la esperanza de la leyenda.

sábado, 7 de octubre de 2023

VOCABULARIO



El 6 de febrero de 2012, tiempo aun de esplendor, el escritor argentino Esteban Díaz Muñoz, profesor de literatura, excéntrico, especializado en la obra de Jorge Luis Borges, dio inicio a una empresa que se había propuesto en 2009. Viudo, vivía en el barrio de Balvanera con su hijo de treinta, rapero, quien no abrigaba otro interés que recorrer suburbios pronunciando cosas extravagantes dando saltos como en las murgas.  La empresa que se propuso Díaz Muñoz consistía en determinar con precisión el vocabulario completo del que disponía Borges. De ese diccionario integral, se sospecha como muy probable que el autor de Ficciones conociera la acepción no solo de cada palabra, sino también de su distintas acepciones en lengua castellana, y además en las de su etimología. Por ejemplo, la palabra culto, que usó, a la que hoy atribuimos el significado de adoración o devoción hacia una persona o cosa, tiene su origen en la voz cultus, del latín, que refería a cuidado, cultivo o adoración. De allí pasó al francés, culte, que se circunscribe a adoración. Y del francés al inglés, cult, se dice que a principios del 1600. Llegó a nosotros en la acepción antedicha, que comprende también el adjetivo que denota la cualidad de muy instruido. Bien, la sospecha de que Borges conocía todo ello de cada palabra del universo, y, lo más inquietante, que en su obra y conversaciones las usó a todas en todas las lenguas, justificó la empresa que se propuso Díaz Muñoz. El intelecto no admite que el autor de El Eleph haya desconocido voz alguna del diccionario, y de todos los diccionarios. El primer desafío del intrépido Díaz Muñoz fue conseguir la obra completa del escritor, incluidas las desgrabaciones publicadas de entrevistas, ejemplos son los tres tomos de Ferrari, el libro de Sorrentino, el curso de literatura inglesa anotado y publicado por Arias y Hadis, y otras tres entrevistas que descubrió inéditas, y digitalizarlo todo en un solo archivo que demandó una impensable memoria en terabytes. El cometido lo mantuvo abstraído de toda otra realidad durante dos años y siete meses, trabajando sin respiro, hasta el 13 de agosto de 2016 -dejó pasar el 2013 por cábala-. Extenuado, se encerró en su gabinete y durmió dos semanas seguidas. Su hijo, de gira en la provincia de Corrientes, no se enteró. Seguidamente el trabajo consistió en tomar primero la más actualizada edición del Diccionario de la Lengua Española publicado por la Real Academia, y comenzar por allí. El método: identificar la primera palabra que presenta el diccionario -omitiendo desde ya las letras que lo son, lo cual llevaría a confusión laberíntica, ya que el peor escritor imaginable las usó todas-. La primera fue ababa, que es amapola, y colocarla en el buscador del programa para que recorra la colosal obra. Y así sucesivamente hasta la última, zuzón, registrando en cada caso su efectivo uso y las veces usada, y la acepción elegida para su uso en cada caso. Terminada esa labor -por cierto, monumental-, el objetivo era continuar con el diccionario de la lengua inglesa, el Oxford English Dictionary, también en su última edición. Luego, con el más importante diccionario del latín: Thesaurus linguae latinae Dictionaire, aunque Díaz Muñoz incluyó el Lexicon totius Latinitatis de Egidio Forcellini, famoso por su sistema de búsqueda; el LEO, diccionario más importante del alemán, creado por el departamento de ciencias informáticas de la Universidad Técnica de Múnich; el Treccani, según los especialistas el mejor diccionario de italiano; el de l´Académie Francaise; el diccionario Al-Qatra, único aceptable del árabe; el DGE -Diccionario Griego-Español-, que incluye el griego antiguo; el Kangxi, conocido como uno de los diccionarios chinos  más importantes; el Tagaini Jisho, del japonés, disponible solo digitalmente. Nuestro excéntrico profesor murió sorpresivamente de un infarto durante la madrugada del 14 de junio de 2020, mientras estaba entregado al inconcebible trabajo. Su computadora, en el desmesurado archivo, quedó detenida en la palabra inglesa murder. Lo cual se supo por una guía manuscrita del profesor hallada en un cajón del escritorio. Nada más se sabe y tampoco de la obra inconclusa, ya que Ezequiel Díaz Muñoz, Eze-Qué, su nombre artístico en el grupo de rap, tras el sepelio de su padre se deshizo de todas sus pertenencias, salvo del escritorio y de la laptop en que su padre trabajaba, que Ezequiel destinó para sus composiciones de rap, previo formatear el disco rígido. Así, nunca se conocerá, salvo por otro héroe con mejor suerte, cuántas palabras y sus distintas acepciones componían el vasto vocabulario de Borges. Solo cabe suponer infinidad de miles. Queda la duda acerca de si la fatalidad se trató, tal vez, de una interferencia trascendental del propio autor de Historia general de la infamia, utilizando como medio al desopilante hijo del profesor para impedir la ciclópea empresa, abrigando desde el más allá algún temor sobre el resultado de la tarea. La sospecha se basa en la fecha del repentino deceso de Esteban Díaz Muñoz, y la última palabra sobre la que trabajaba cuando se cumplió su última hora, en atención a la devoción por el enigma policial del autor de La muerte y la brújula. Debe descartarse a María Kodama, porque en esos momentos no estaba en Buenos Aires.


 

domingo, 17 de septiembre de 2023

CONTINUIDAD DE LA HISTORIA



Una fría tarde de principios de setiembre lo encontré. La calle secundaria intransitada, húmeda, aumentaba la inclemencia. Estaba adormecido, de una decorosa austeridad, sentado sobre las frías baldosas, recostado contra un enorme contenedor desbordante de desperdicios. Sujetaba un palo dormido sobre sus largas piernas. Parecía dirigir su mirada hacia adentro, como viendo sus pensamientos. Hablaba en voz baja, silente, casi titubeante. Decía que había dado con el último número donde terminaban todas las cantidades. No por haber sumado, explicaba, cosa que no existe vida posible que lo logre, sino porque me ha sido revelado. Repetía rítmicamente su hallazgo. Al atravesar, rápido y temeroso el callejón, lo tuve de pronto ante mí. No parecía de peligro y aminoré la marcha. Al percibir mi presencia se estremeció, tal vez desconcertado de tener audiencia, y repitió: he logrado conocer la última cantidad, un número cuyos dígitos no caben en todo el universo, es más grande que él y también que la imposible suma infinita de universos. No puede por eso expresarse de manera aritmética, pero sí alfabética. No es el gúgol de Milton, infinitamente menor, ni tampoco su gúgolplex, o algún múltiplo de este, no nombrado todavía, todos también infinitamente menores. He vuelto para darlo a conocer.  Entonces, ¿cuál es su nombre?, pregunté, espontáneamente y a la vez temeroso de abrir conversación con un descentrado. Se llama cero, me respondió, como quien contesta a una pregunta retórica. Ante mi asombro a la respuesta que consideré lunática, agregó: si el número no cabe en la imposible suma infinita de universos, ese número final también es imposible, no existe. Cero es no existir. Levanté las solapas de mi abrigo y continué la marcha, podría decirse que desdeñoso. Repentinamente una fina llovizna comenzó a caer, como tratándose de una señal. Oí que habló a mis espaldas y dijo: el universo requiere la eternidad, pero es evidente que el número de tales momentos humanos no es infinito. Me detuve, atónito. Giré la vista hacia él, que acomodando su bastón continuó, esta vez sin audiencia: la eternidad, me ha permitido… Me ha permitido conocer el nombre de ese número. Que es, claro, igual a conocer el número. El número en que terminan todas las cantidades… Sí… Y he podido hacerme a la idea, improbable, de que con ello he mejorado… (alzó la mirada inútil a ningún lado), aquel viejo libro. 


 

domingo, 10 de septiembre de 2023

CALISTO AMADA, HECHA LUCES EN EL FIRMAMENTO


 

¿Debe ser nombrado lo esencial? Calisto fue llevada por sus pasos. Uno, dos, tres, cuatro. Calisto anda. Calisto va. O fue Calisto quien hizo que sus pies acometieran el camino que permitió que sus pasos fueran esenciales. El camino se desplazó debajo de los pasos de Calisto, buscando caza. La noche abarrotada de luces en el firmamento acompañaron los pasos de Calisto, le dieron techo a su destino. El camino huía debajo de Calisto. ¿El destino de Calisto fue lo esencial? ¿El deseo del destino de Calisto lo fue? Se mecieron los cipreses al costado del camino abanicando los pasos de Calisto. Los cipreses acompañaban el camino. Más pasos llevaron a Calisto hacia su destino. Cinco, seis, siete. Calisto va. Zeus la espera. De vez en cuando algunos notros la saludan inclinando a su paso sus espesuras. ¿Debe ser nombrada la propia Calisto? O solo sus pasos que en el camino tienen sentido y en su destino. O solo el camino que explica los pasos de Calisto. Calisto reina seducida. ¿Es Calisto bella realmente? Piensa y sabe del camino, sabe de sus pasos y del firmamento. Conoce a los cipreses y a los notros. ¿Lo esencial es su conocimiento? ¿Puede ser nombrado el conocimiento? ¿O solo sabemos de ella por el camino y los cipreses y los notros y los pasos que son conocidos? Y el nuevo ser de su vientre. ¿O las palabras con las que pronunciamos el conocimiento? ¿Hay conocimiento sin palabras? ¿Puede ser nombrado lo esencial? ¿Y puede serlo sin mis células que piensan? ¿Y sin mi lengua que habla? ¿Y sin mi estómago y mi columna que me sostiene? ¿Se sostiene Calisto en el camino por el dios elegido convertido en Artemisa? ¿Pueden ser nombrados, siquiera, los pasos de Calisto en el camino, e inclusive éste? Y allí aparece también un arrayán, que llena de rojo el costado del camino. ¿Cuál camino? Oso. Osa Mayor, en la noche abarrotada de luces en el firmamento.