domingo, 12 de noviembre de 2023

CUENTO O NOVELA (O CÓMO GANARSE ENEMIGOS)

El cuento es algo bastante pretencioso. Tal vez el corsé de su impuesta brevedad lo lleva a la necesidad de apurar sentencias. No es raro que abuse de pontificaciones, peque de ofrecer enseñanzas y se vanaglorie de entregar mensajes. El cuento casi siempre está apremiado por el apuro del objetivo, ante la atadura impuesta por la convencional cortedad de su extensión. Uno o dos personajes, tal vez tres –siempre pocos-, asumen la representación de la humanidad y su drama. El mundo a la carta y rápido, ¡vamos, que hay otros clientes esperando mesa! La novela, en cambio, es más respetuosa del lector. Si nos alecciona sobre algo, se verá al final y quedará por cuenta del lector. Y eso si es que cabe esperar un propósito aleccionador y no sencillamente descriptor de una determinada realidad, por respeto al lector, porque en muchos casos nada pretende aleccionar, solo llevarnos de la mano para apreciar el paisaje. El final no será una suerte de conclusión, a modo de esperada respuesta bíblica, sino la simple hilada final de un tejido que se apreciará a la distancia y en perspectiva, como los gobelinos. Lo hermoso es el viaje, como en la vida. El cuento es nervioso, la novela no. El cuento se lee entre algunas estaciones del subte. La novela se lee mientras se está respaldado en el sillón, o en la cabecera de la cama, al fin del día, sin relojes a la vista. Otra vez el tiempo. Si hay algún objetivo, se verá. Lo placentero es el camino. Llevada a un enfoque social, la novela se trata del complicado pero agradable encuentro con tantas personas nuevas, como las que podemos encontrarnos en la fortuita vigilia de la vida real. Sumado al deleite de detenerse en algunos senderos secundarios y disfrutar de la exuberancia de un follaje hecho de palabras y de sensaciones concomitantes. El que se dispone a escribir un cuento se siente compelido al mensaje como si alguien lo apurara con una Smith & Wesson en las costillas. El que encara la novela lo hace como quien se asoma libre a un inmenso valle, dispuesto a recorrerlo y a descubrirlo, dispuesto a testear la dureza de cada piedra, experimentar el dolor de cada espina y entregado al placer de disfrutar y describir el perfume de cada flor que se crucen en el azaroso camino. Esto no niega que pueden existir las que se han puesto en un anaquel sometido a la literaria taxonomía de novelas breves, y en otro los que han recibido el estigma de cuentos largos (Poe fue acusado de eso). “Un cuento es una novela depurada de ripios”, dijo Horacio Quiroga. Por su parte, Borges, uno de los más grandes escritores argentinos cuyos cuentos, no pretensiosos de mensajes sino de magia, son tal vez los que más valen, primero dijo “Las anécdotas o cuentos suelen ser muy buenos, precisamente porque son mucho más trabajados” (en “Siete conversaciones con Jorge Luis Borges”, de Fernando Sorrentino); y en la misma oportunidad afirmó luego: “No, nunca pensé en escribir novelas… si lo intentara no la llevaría hasta el fin… posiblemente por mi haraganería… Conrad y Kiplin han demostrado que un cuento corto –no demasiado corto- puede contener todo lo que contiene una novela, con menos fatiga para el lector”. Así, tanto Quiroga como Borges se manifestaron en defensa del cuento. Creo –porque nada es seguro-, contestando a Quiroga, que la novela es un cuento parecido a la realidad, que está llena de ripios, que son los que la hacen reconocible, propia y por ende amable y respetuosa, precisamente por su aura de realidad; y en el caso de Borges me permito una pregunta, obviamente sin esperar respuesta (¡qué osadía la mía! Pero de eso estamos hechos quienes estamos vivos no solo porque nuestras células siguen funcionando, sino porque además estamos insuflados de intrepidez): ¿Por qué el autor de esa belleza que llamó Tlon, Uqbar, Orbis Tertius descartó la novela invocando haraganería, si justamente es el cuento -su única producción narrativa- el que según el autor de Ficciones demanda más trabajo? Vayan pasando los enemigos que acabo de ganarme, estoy dispuesto a hacerles frente, y claro, también a sucumbir con hidalguía, porque estoy seguro que mi fin será como el de Leónidas y sus 300. Aunque me abriga la esperanza de la leyenda.

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