El 6 de febrero
de 2012, tiempo aun de esplendor, el escritor argentino Esteban Díaz Muñoz,
profesor de literatura, excéntrico, especializado en la obra de Jorge Luis
Borges, dio inicio a una empresa que se había propuesto en 2009. Viudo,
vivía en el barrio de Balvanera con su hijo de treinta, rapero, quien no abrigaba otro interés que
recorrer suburbios pronunciando cosas extravagantes dando saltos como en las
murgas. La empresa que se propuso Díaz
Muñoz consistía en determinar con precisión el vocabulario completo del que
disponía Borges. De ese diccionario integral, se sospecha como muy probable que
el autor de Ficciones conociera la acepción no solo de cada palabra, sino
también de su distintas acepciones en lengua castellana, y además en las de su
etimología. Por ejemplo, la palabra culto, que usó, a la que hoy atribuimos el
significado de adoración o devoción hacia una persona o cosa, tiene su origen
en la voz cultus, del latín, que refería a cuidado, cultivo o adoración.
De allí pasó al francés, culte, que se circunscribe a adoración. Y del
francés al inglés, cult, se dice que a principios del 1600. Llegó a
nosotros en la acepción antedicha, que comprende también el adjetivo que denota
la cualidad de muy instruido. Bien, la sospecha de que Borges conocía todo ello
de cada palabra del universo, y, lo más inquietante, que en su obra y
conversaciones las usó a todas en todas las lenguas, justificó la empresa que
se propuso Díaz Muñoz. El intelecto no admite que el autor de El Eleph
haya desconocido voz alguna del diccionario, y de todos los diccionarios. El
primer desafío del intrépido Díaz Muñoz fue conseguir la obra completa del
escritor, incluidas las desgrabaciones publicadas de entrevistas, ejemplos son los
tres tomos de Ferrari, el libro de Sorrentino, el curso de literatura inglesa
anotado y publicado por Arias y Hadis, y otras tres entrevistas que descubrió inéditas,
y digitalizarlo todo en un solo archivo que demandó una impensable memoria en
terabytes. El cometido lo mantuvo abstraído de toda otra realidad durante dos
años y siete meses, trabajando sin respiro, hasta el 13 de agosto de 2016 -dejó
pasar el 2013 por cábala-. Extenuado, se encerró en su gabinete y durmió dos
semanas seguidas. Su hijo, de gira en la provincia de Corrientes, no se enteró.
Seguidamente el trabajo consistió en tomar primero la más actualizada edición
del Diccionario de la Lengua Española publicado por la Real Academia, y
comenzar por allí. El método: identificar la primera palabra que presenta el
diccionario -omitiendo desde ya las letras que lo son, lo cual llevaría a
confusión laberíntica, ya que el peor escritor imaginable las usó todas-. La
primera fue ababa, que es amapola, y colocarla en el buscador del
programa para que recorra la colosal obra. Y así sucesivamente hasta la última, zuzón, registrando en cada caso su efectivo uso y las veces
usada, y la acepción elegida para su uso en cada caso. Terminada esa labor -por
cierto, monumental-, el objetivo era continuar con el diccionario de la lengua
inglesa, el Oxford English Dictionary, también en su última edición. Luego, con
el más importante diccionario del latín: Thesaurus linguae latinae Dictionaire,
aunque Díaz Muñoz incluyó el Lexicon totius Latinitatis de Egidio Forcellini, famoso por
su sistema de búsqueda; el LEO, diccionario más importante del alemán, creado
por el departamento de ciencias informáticas de la Universidad Técnica de
Múnich; el Treccani, según los especialistas el mejor diccionario de italiano;
el de l´Académie Francaise; el diccionario Al-Qatra, único aceptable del árabe; el DGE -Diccionario
Griego-Español-, que incluye el griego antiguo; el Kangxi, conocido como uno de
los diccionarios chinos más importantes;
el Tagaini Jisho, del japonés, disponible solo digitalmente. Nuestro
excéntrico profesor murió sorpresivamente de un infarto durante la madrugada del
14 de junio de 2020, mientras estaba entregado al inconcebible trabajo. Su
computadora, en el desmesurado archivo, quedó detenida en la palabra inglesa murder.
Lo cual se supo por una guía manuscrita del profesor hallada en un cajón del
escritorio. Nada más se sabe y tampoco de la obra inconclusa, ya que Ezequiel
Díaz Muñoz, Eze-Qué, su nombre artístico en el grupo de rap, tras el
sepelio de su padre se deshizo de todas sus pertenencias, salvo del escritorio
y de la laptop en que su padre trabajaba, que Ezequiel destinó para sus
composiciones de rap, previo formatear el disco rígido. Así, nunca se conocerá,
salvo por otro héroe con mejor suerte, cuántas palabras y sus distintas
acepciones componían el vasto vocabulario de Borges. Solo cabe suponer infinidad
de miles. Queda la duda acerca de si la fatalidad se trató, tal vez, de una interferencia
trascendental del propio autor de Historia general de la infamia, utilizando como
medio al desopilante hijo del profesor para impedir la ciclópea empresa,
abrigando desde el más allá algún temor sobre el resultado de la tarea. La
sospecha se basa en la fecha del repentino deceso de Esteban Díaz Muñoz, y la
última palabra sobre la que trabajaba cuando se cumplió su última hora, en
atención a la devoción por el enigma policial del autor de La muerte y la
brújula. Debe descartarse a María Kodama, porque en esos momentos no estaba en Buenos Aires.
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