domingo, 14 de abril de 2024

APOLOGÍA DE LATINOAMÉRICA



Cuando se habla de Latinoamérica se piensa de manera desmesurada. Es que, por su propia densidad y exuberancia, no hay manera distinta de abordarla. Ella se nos viene encima como desbocada manada de búfalos. De caballada salvaje sin límites visibles. Se piensa en belleza y horror al mismo tiempo enrevesado. Asalta en lo prosaico y en su magia cósmica, en lo pedestre y en lo excelso. Todo ello amalgamado. Latinoamérica es continente de historia inmensa, es Amerindia nacida treinta mil años antes del falso 1492, arrojada desde aquella profundidad a un tiempo futuro de infinito colorido, de saturante heterogeneidad, de infinita riqueza natural, geográfica, vegetal y animal, en la que estamos nosotros, sus seres humanos. De modo alguno fueron Colón y aquellos aventureros del Siglo XV quienes han, pretendidamente, descubierto este continente inmenso. Lo descubrieron ellos, ignorantes de su preexistencia, es posible. Pero su ilimitada existencia era por sí misma tan conocida y epifánica desde que la Pangea comenzó a desmembrarse. Pero también, resulta que, con el tiempo, los latinoamericanos llegamos a saber además que somos nosotros mismos los que todavía no terminamos de descubrirnos. Nos han llenado de judeo cristianismo, pero esas religiones y creencias que nos trajeron, las hemos acomodado con las de nuestros pueblos originarios, en una argamasa hecha de altares con apachetas, cruces con serpientes, pumas y cóndores, Dios con Inti, y ha nacido así un mundo de deidades y santos con formas de Cristos, chamanes, pais, umbandas y sacerdotes paganos, pariendo un extraño coctel esotérico que nos tiene atrapados, y que, religión al fin, no nos deja pensar con sensatez. Latinoamérica es de una inmensidad en la que por alguna decisión cósmica se han juntado realidad y fantasía, coherencias con contradicciones, las peores estulticias con genialidades, mundos tangibles de huesos, lluvias, carnes, sangres, caminos, sexos ardientes y perfumes, con otros fantásticos, en que los seres y los paisajes están hechos de espíritus y ficciones, que a veces son más reales que los tangibles, y otras éstos, menos que aquéllos. La bondad más elevada tiene su lugar a la par de la maldad más voraz. El placer más jubiloso de la mano del dolor más cruel. El odio acérrimo y el amor infinito. Todo, y todos, convivimos en el mismo espacio, en el mismo continente, que tampoco quiere tener límites. Porque Latinoamérica y su desmesura no termina en el Pacífico, ni en el Atlántico, tampoco en el Canal de Beagle ni en el Río Colorado. Latinoamérica se extiende por todo el mundo, asoma y conquista en el norte y en el sur, y es apetecida y expoliada en el norte y en el sur. Porque todos, en cualquier lugar del planeta, quieren habitarla y consumirla, penetrarla y devorarla, saben de Latinoamérica y la piensan y la desean desaforadamente. Desesperan por poseerla, aman el samba carioca, el tango sensual, la música andina hecha de viento, la cueca chilena, la guarapa y la guajira, el joropo y el merengue venezolanos, el son y el ballenato colombianos, se excitan con la cumbia, el bolero y la rumba, el cancionero federal y la milonga porteña, caen bajo el peso de su cadencia mortal, y de su mágica fascinación. Se embelesan con la desmesura mexicana, aman a Frida Kahlo y se pierden caminando en los murales de Diego Rivera. Navegan en el Riachuelo de Quinquela Martín, sufren con los dolores de Cándido Portinari, bailan en la Cuba tenaz con los arlequines de Portocarrero, brillan con las flores de Juan Francisco González, danzan con Carlos Quizpez Asin, se pierden en los paisajes de Arturo Calixto Borda, descifran los rostros de Oswaldo Guayasamin y de Arturo Michelena, se embriagan con Fernando Botero. Los latinoamericanos somos dueños del realismo mágico, como se ha adjetivado desde el hechizo de las letras. Borges descansa, después de embelesarnos, frente a una piedra que dice And ne forhtedon na; García Márquez inventó oler jardines desde papeles impresos, Vargas Llosa en un tiempo fue revolucionario, y Julio Cortázar, inventó que escribir puede ser un juego lleno de felicidad. Cada uno en las antípodas de sus antípodas, admirados y envidiados en la Europa todavía monárquica y decadente, patrocinadora de genocidios, en Asia insurgente que avanza sin parar, reconocidos. ¿Quieren selvas? Ahí les damos el Mato Grosso y la Selva Misionera. ¿Quieren ríos? Ahí les va el Orinoco, el Paraguay, el Paraná y el de La Plata. Húndanse en ellos. ¿Nieves? Les damos las eternas desde la Antártida hasta los glaciares y ventisqueros del sur patagónico, hasta las altas cumbres mendocinas. ¿Mujeres? Ahí están Juana Azurduy, Macacha Güemes, María Remedios del Valle…, y les damos, para que se cansen y no vuelvan más, el misterioso Machu Pichu. Todo, para que les admiren y disfruten por un tiempo. No pretendan domesticarnos. ¿Quieren quedarse? Tal vez les demos permiso. Háganlo, pero deberán tomar tequila, pisco, vino fuerte, chicha y mate, ver de lejos a nuestras valientes mujeres, quemarse las entrañas con chiles, tacos, empanadas, chorizo y chotos, y saciados, quedarán maltrechos a nuestra disposición.


 

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