viernes, 1 de julio de 2022

EL OVILLO

En la casa de campo que solemos alquilar por unos días en julio, perdida en un lugar agreste por el que pareciera no haber pasado la civilización, nos entregamos al placer, podría decírsele epicúreo, de la tranquilidad. Hundido en mi sillón preferido, cerca del hogar que crepita y abriga con amables lenguas de fuego amigo, permanezco al lado de la gran ventana que permite apreciar el bosque cercano. Pocas cosas brindan mayor sosiego que contemplar el bosque. Abetos, robles, cipreses, álamos, apiñados, vigilan firmes y se pierden en el misterio de la negrura del piedemonte. A través del ventanal, en el movimiento de las ramas, vislumbro el frío invierno que se aproxima a un nuevo 9 de Julio. Allí paso las horas leyendo. La abuela, que parece vencida, se refugia en un sillón más cercano a las llamas y a las cenizas. Teje. El tiempo, sin medida, se desinteresa de cuál ha sido su principio ni su fin. Solo sé que estoy tranquilo, que fuera, tal vez, pronto haya nieve, y que promedio mi libro de Camus, El extranjero. Cada página que supero, es un tiempo ido del personaje, que viaja angustiado, atravesando el misterio de los actos humanos. Cada nueva página que abordo, es otro paso en su absurdo esencial, llamado pronto a palidecer frente al nuevo que le espera. Me pregunto quién es el personaje, y quién el lector. La abuela, cada tanto, alza la vista y me sonríe fugazmente. Es un gesto de amor, tal vez de compasión ante lo irremediable. Ella continúa con su indescifrable tejido, la lana brota lentamente de un gran ovillo que, con los tirones, da impredecibles vueltas en una cesta de mimbre a sus pies. Yo continúo con mi lectura, no sé a dónde terminará yendo Meursault, y tampoco sé a dónde me llevará él a mí. En ningún caso sé el por qué. Pienso en la vida, este transcurrir. La del personaje de Camus y la mía. Es como el desconocido tejido que crece en las manos ajadas de la abuela, que se mueven rítmicas al calor del hogar. Determinado por el rebujo de lana saltarín. Una de sus puntas se ha perdido en las manos expertas que esgrimen las agujas, la otra, todavía oculta, no puede saberse dónde está.


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