miércoles, 18 de mayo de 2022

JACINTO DE UNA TARDE

 

Me despertaron a la tarde tus pasos de gata, después de una siesta perfumada de ozono y en mí, de los restos de tu sexo de jacintos, de maíz tostado a fuego lento. Entraste a la habitación, pero tus pasos se detuvieron allí no más. Dejaste que tus ojos de miel vagaran por tu abrigo, tus medias negras, tus zapatos de taco alto. No sabías qué hacer con tus manos. Iban de los bolsillos a tus aros, de la solapa que no se decidía a estarse quieta al lazo que apretaba tu cintura. En eso pusiste una mano sobre la pared y un pie en punta, como antiguo cantante de tangos al lado de un farol. El perfume a ozono se hizo más intenso, como una ráfaga de viento insistente frente a un ventisquero del sur. Y también más intensos se sintieron en mi boca los recuerdos pertinaces de los jacintos y los maíces tostados. Me recliné en la almohada, restregué mis ojos del sueño vespertino y me dispuse a escuchar la que supe, sin dudar, tus palabras de adiós. Tu mano libre fue nerviosa a uno de los botones del abrigo, no para soltarlo, para la maldición de cerrarlo. Tu cabeza se inclinó para preservar de mí tus temerosos ojos de miel. Tu pelo cayó a los costados como telones de oro, detrás de los cuales se refugió tu cara de ángel de una tarde. Dijiste me voy. Confirmaste la sentencia. Dije te espero, otra tarde de lluvia, aunque sabiéndome condenado. Dijiste no, solo una tarde de lluvia existe con vos, y ya fue. Me quedé con el perfume a ozono y los jacintos con su viento frío. Están todavía entre mis sábanas y mis recuerdos. Y confieso: guardo jacintos que cuido con esmero, que huelo las tardes de lluvia, de maíz tostado, mientras imagino tus ojos de miel, tu mano suave liberando aquel botón. 


 

2 comentarios: