martes, 10 de mayo de 2022

A 35 AÑOS DE LA MASACRE DE BUDGE

 

 


EL CAMINO DE LA OCHAVA

Ingeniero Budge. Lomas de Zamora. Provincia de Buenos Aires. Mayo de 1987. Apenas a tres años y medio de recuperar la democracia. ¿Recuperar la democracia? Un decir. Una tarde entre las seis y media y las siete, cuando la claridad comienza a escapar y las sombras a cubrir de fantasmas las calles de tierra. Un barrio de trabajadores, dos nuevos desocupados y una esquina. Figueredo y Guaminí. Recostados contra la ochava los pibes lastiman palabras. Unas cervezas duermen entre ellos.  Las botellas medio vacías. La tarde medio insinuada. Ellos medio muertos. Wili Argañaraz (24), Agustín Negro Olivera (26). En eso pasa por ahí y se detiene Oscarcito Aredes (19), que va al almacén mandado por su madre, Ramona. Hablan, que esto, que lo otro, que el partido. Que la puta que los parió nos echaron del laburo, masticó con bronca el Negro Olivera. Antiyé, dijo Wili. Uh, exclamó Oscarcito. ¿Queré?, le ofrecieron al pibe. No, birra no, gracias, voy donde Irma por fideos, me mandó mi vieja, dijo Oscarcito.

Cuarenta minutos antes Wili y Negro golpearon la puerta del boliche de doña Rufina. No había querido fiarles cervezas. Se rompió un vidrio. Una boludé. Vieja egoísta, murmuraron. Se fueron. Rufina se ponía todas las semanas con el impuesto al oficial de calle, para seguridad. Willi y Negro dieron vueltas. Rufina, fue a la comisaría. Ellos consiguieron en otro lado. Y después llegaron a la esquina. La ochava. Cuando la claridad escapa y vienen las sombras. La puta que lo parió otra vez sin laburo, masculló otra vez el Negro. Lo parió, asintió Wili. En la ochava. Medio resignados. Medio en pedo. Medio muertos.

Oscarcito iba a comprar fideos. Tomá. Dale. Un trago na má, le dijo uno de ellos. Uh. No, gracias, había contestado Oscarcito, voy al alma… Se le corta el cén. Tres últimas miradas de asombro. Un Fiat 1500 llega por Figueredo, da la vuelta y para a diez metros por Guaminí. Una Ford F 100 viene como bólido de atrás, derrapa, enfrenta la ochava, enciende las luces altas contra los pibes, contra las botellas y la bolsa de los mandados, contra las caras huidizas, contra la pared descascarada, contra la maldita tarde, contra sus siete y pico, contra el día de mayo que era el 8. De ese año que fue 1987. Saltan tres de la Ford F 100. ¡Al suelo señores! Se oyó el grito de Balmaceda. ¡Pero si ya estaban en el suelo! Recostados, desocupados, medio resignados, medio muertos. Igual. Igual avanzaron la sombra, los fantasmas, los gritos y la muerte uniformada, que se hizo entera, vestida de disparos. Uno, cinco, diez, qué sé yo. Un montón de muerte, de fogonazos, de masacre que se fue levantando en el atardecer como repentino monstruo feroz. Wili, Negro, Oscarcito, echados de la vida, echados de estar con nosotros, echados de querer ser felices.

Pero la tarde, el día después, las madres, los padres, los hermanos, los amigos, los vecinos y el barrio entero, enfrentaron al monstruo. Hasta las botellas de cerveza se encabritaron, y hasta la bolsa de los mandados sin mano que la llevase se hizo valiente. Y el monstruo grande tuvo que recular. Larga la pelea. Dura. Hasta que pagaron. Porque tuvieron que pagar y bajar la cabeza. Porque los jueces… No. No fue porque los jueces, ni porque los fiscales. Pagaron porque la pueblada fue la que dijo basta. Porque la ochava se hizo más grande y se convirtió en todo Budge, todo Budge fue una inmensa ochava, toda la Argentina fue una gigantesca ochava, hasta hoy. Esta ochava se hizo grande y símbolo de lucha, en día contra la violencia institucional. El 8 de mayo.

Eso sí, falta todavía para que el camino de esta ochava llegue a destino. Mucho. Porque siguió habiendo tardes y sombras malditas, hasta ayer no más, otros trabajadores, otros desocupados, otros empobrecidos, empujados contra paredones, contra veredas sin nombre, contra charcos y ríos helados en el sur, acusados de ponerse justo enfrente o de espaldas a las balas, o de ahogarse por su cuenta, también echados de estar con nosotros, echados de querer ser felices… Entonces, ¡che, muchachos, muchachas, vamos, ¿a dónde está la pueblada que falta para terminar de una vez de hacer el camino que empezó esta ochava?! 


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