Ayer apareció uno, esas cosas
imprevistas que pasan, que en medio de una conversación trivial de cola de
panadería, en tiempos de Pascua y con su ramo de olivo que llevaba como si
fuese perejil volviendo de la verdulería, me lanzó de pronto una pregunta. Me
preguntó de qué santo soy devoto. Me agarró, claro, desprevenido. Pensé un poco
y como soy hombre grande y de experiencia acumulada, le contesté sin dudar: de
San Puta. El tipo me echó una mirada fiera, como si le hubiese dicho una
grosería, para colmo en fecha para él, por lo del ramo, tan importante. Entonces
consideré oportuno explicarle las razones de mi respuesta. Dije: no hay gentes
más santas que las Putas, y con mayúscula. Claro, cuando son libres y no
resultan explotadas. Cuando deciden la profesión por vocación y porque también
les place, no contra su voluntad. En tales casos, si la santidad es hacer el
bien sin mirar a quien, libremente y por placer, pues entonces no caben dudas
de que las Putas ocupan el podio en primer lugar. Si Dios puso el placer en el
cuerpo de los seres humanos, pues cabe preguntarse ¿para qué, si no es para
usarle y darle rienda suelta? Las Putas nos lo dan, no nos complican la vida y
es justo por lo tanto compensarles con unos dineros para que puedan sostenerse
y seguir haciendo el bien. Eso es amar, uno de los mandamientos. ¿Matan a
alguien? No, y si alguna cae en el homicidio eso nada tiene que ver con el
placer que brindan a destajo. ¿Roban? Tampoco, está dicho que reciben un sostén
económico a cambio, cosa normal en cualquier relación laboral. ¿Desean
adueñarse de la mujer o al varón del prójimo? Tampoco, ni se les pasa por la
cabeza brindar placer para destruir matrimonios, convivencias, hétero, lesbi,
bi, trans, poli o lo que fuere. Está dicho, su único objetivo es brindar
placer, que los seres humanos desean porque la naturaleza, Dios, la evolución
para asegurar su perpetuación o lo que fuere, lo ha puesto allí. Fíjese además
que estas fechas están simbolizadas con un huevo. Que además cada vez los hacen
más grandes, cosa que alguna relación psicológica, seguro, encierra. ¿Nota la
relación? El hombre me miraba adusto, a punto, creo, de maldecirme. Pero yo le
agregué argumentos. Dije: y con ello, además, contribuyen para aquietar las
neurosis, las actitudes violentas, los berrinches extraños que muchas veces
aparecen sin saberse a qué se deben. ¿Qué obra de bien más elevada entonces la
de las Putas? Aportan a la paz social. Y hoy día, aportar a la paz no es poca
cosa. Es más, las propondría para el Premio Nobel de La Paz. Este es un mundo
de locos. Se le ha dado el Premio Nobel de la Paz a sujetos que han masacrado a
millones de personas, provocando dolores generalizados inconcebibles, torturado
con métodos atroces, asesinado a niños, a ancianos indefensos, y a nadie se le
ha ocurrido dárselo a las Putas, que solo brindan placer y amor, dándole a la
testosterona, que nos pone a los varones con los nervios de punta, el cauce
adecuado, de modo que la represión de la búsqueda del goce y el placer no se
desvíe hacia la agresividad. El tipo dio vuelta la cara para ver cuánto faltaba
para su turno en la panadería, con lo cual me indujo a pensar que mis
argumentos estaban desconcertándolo. Yo seguí: es cierto que el deseo de poder
y de dominio territorial en los hombres, como animales mamíferos que somos,
también forma parte de su genética, pero cierto es también que en gran medida
ese deseo de posesiones territoriales y materiales se intensifica de manera
directamente proporcional a la falta del adecuado cauce a los efectos de la
testosterona. Vamos, a la satisfacción sexual, para ser preciso. Y allí es
donde las Putas cumplen un rol fundamental: su intervención disminuye
considerablemente las invasiones, trifulcas barriales y matrimoniales, y sus
secuelas de muertos, migraciones, hambres, peleas con heridos, separaciones
conflictivas, hijos abandonados o traumados. Estoy convencido de que si en vez
de ejércitos armados de tanques, lanzamisiles, bombarderos y fusiles de todo
tipo, hubiese ejércitos de Putas dispuestas a repartir placer a diestra y
siniestra, especialmente a los gobernantes, jefes y demás poderosos, y a los
maridos y mujeres en un momento dado aburridos, sin mirar a quien y de la forma
que a cada uno le plazca, disminuirían notablemente las guerras, los conflictos
y habría más armonía en el mundo para dedicarse a gozar de la naturaleza en
este breve tiempo que nos ha tocado de vida. No me digan que no estaríamos
todos más tranquilos. He llegado a pensar que la bomba atómica no es otra cosa
que la sublimación del orgasmo cuando éste es negado. ¿No me diga que la
comparación no es válida? Se trata de dos explosiones sublimes. La primera
sustituye a la segunda cuando la testosterona no encuentra adecuado cauce. Y
fíjese además, preste bien atención, que la bomba atómica se desplaza y
proyecta mediante un misil. ¿Y vio la forma que tienen los misiles? Doy por
descontado que usted es una persona inteligente. Así que, soy devoto de San Puta, y las
propondría a todas las que libremente ejercen tan noble oficio para el Premio
Nobel de la Paz. Ah, y quiero ser justo, también soy devoto de San Peperino
Pómoro, virtuoso del hacer reír hasta doler el estómago. Cosa que también
aporta a la paz.
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