
Allí y en ese instante la cuenta
regresiva llegó a cero. Fin de su vida. Ya no cumpliría más que dieciocho años.
Dos balazos certeros disparados por el policía de civil a seis metros de
distancia le ingresaron por la espalda mientras corría. Diez minutos antes le
había arrebatado a un turista su cámara Nikon D7200. Una hora antes deambulaba
por Plaza Francia, a la pesca, oteando con disimulo aquí y allá. Dos horas
antes llegaba a Constitución, se escabullía por un costado del control
electrónico de la Sube y se mandaba adentro de un vagón de la Línea C del
subte. Tres horas antes se había subido al Roca en Lomas colándose por debajo
del molinete ante un descuido del control. Cuatro horas antes lo había
despertado el llanto de hambre, insistente y a coro, de Clarita y Diego, sus
hermanitos. Saltó de la cama mientras su madre preparaba la leche del último
sachet y tomó dos mates lavados. El día anterior había vuelto muy tarde de
hacer la ronda cartonera por la que no juntó más que tres cajas para latas de
cerveza y una de un televisor led recién comprado. Cinco años antes abandonó el
colegio secundario. Tenía que conseguir algún trabajo para ayudar en casa. Tres
años antes que eso había terminado la primaria en la Pública N° 1 de Lomas de
Zamora. Seis años más atrás corría en patas por las calles de tierra de
Ingeniero Budge, jugando con bollos de papel que hacían de pelota y autitos sin
ruedas que encontraba con los pibes en el basural. Y cinco más atrás todavía,
nacía por un descuido de su madre adolescente con un novio que jamás volvió a
ver. Ella deambuló fregando mugre ajena por unos pesos que nunca alcanzaban. Se
enredó con otros flacos en los que creyó. Así se convirtió en el hermano mayor
de otros dos, Clarita de un padre y Diego de otro. Uno se esfumó a los tres
meses del embarazo y el otro cayó preso nunca supo por qué. Tuvo desde entonces que hacerse cargo
de todo lo que viene con el mundo. En ese momento fue que empezó su cuenta
regresiva, la que lo llevaría por fin a correr delante de dos proyectiles para
los que seis metros no es nada, igual que él.
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