viernes, 5 de julio de 2019

UN CAFÉ






I

La cosa se le presentaba fácil al Ronco Julián. En primer lugar, lo más importante, tenía cobertura de Guajardo, el comisario de la seccional cuarta con jurisdicción en la zona. Después, entrar en el prostíbulo, pedir por la chica o esperar, si estaba ocupada en ese momento. No era algo que necesitase alguna preparación especial. Es cierto que no le gustaba coger con prostitutas, con mujeres que hacen el amor mecánicamente y fingen gemir y tener orgasmos, para peor de manera desacompasada con el acto. Para eso la tenía a Dilma, su mujer, que hacía tiempo que le rehuía a las relaciones como si se le hubiese achicharrado el sexo. Y cuando lo hacía era puro compromiso que no se diferenciaba de una muñeca sexual inerme, como esas que había traído de contrabando en un contenedor de porquerías chinas su amigo Sebastián, que trabajaba de ayudante de un despachante de aduana.

II

Jaquelina, su nombre de guerra, tenía veinticuatro años, blanca como la leche, no llegaba al metro setenta, bonita, bien formada, pelo corto castaño claro y solía andar por los pasillos del departamento convertido en prostíbulo en lencería erótica de color negro. Medias tasas que le mantenían los pechos juntos y levantados, tanguita de encaje, medias caladas hasta la mitad de los muslos sostenidas por tiradores desde un cinturón de ceda con moño. Eran los únicos detalles eróticos que aceptaba, útiles para ponerse rápidamente encima su ropa de calle de estudiante de letras, y pasar a ser, después del horario, Eliana, élla misma. Una chica común, bien porteña, de las que se molestan si alguien las mira de más y los compañeros de facultad buscan excusas para estudiar a Cortázar con élla. Siempre andaba descalza en el prostíbulo, detestaba esa costumbre de sus compañeras de andar medio desnudas, de pieza en pieza, con zapatos de taco aguja. No necesitaba ese look de prostituta profesional de película porno para que los clientes preguntaran por élla. Jaquelina hacía lo que quería, le gustaba disfrutar del sexo sin compromisos, y además le servía para pagarse la carrera. Tenía en claro que era dueña de sí misma. Militaba en una agrupación feminista y su empoderamiento e independencia se consolidaban día a día.

III  

Ronco igual tenía que cerciorarse. El dato más importante era que Jaquelina nunca se pintaba las uñas. Las llevaba siempre prolijas, es cierto, pero jamás pintadas. Producirse dando tono de copera de cabarute marginal, como decía ella, no le gustaba y tampoco le servía para la rutina diaria a la que tenía que entrar ni bien salía del departamento clandestino para ir a la facultad, turno mañana. Trabajaba con los tipos tiernos que se imaginaban acostarse con la compañera de la oficina a la que no se le animaban. La eventualidad de un error, el Ronco, no podía descartarla, esas chicas se cambian de aspecto y se tiñen distinto, muy seguido. Y se cambian de ropa. A las mujeres les gusta cambiarse de ropa seguido, pensaba, donde sea que estén y cualquier cosa que sea a la que se dediquen. La indicación del comisario era hacer un trabajo limpio. Una vez en la habitación, como si fuese parte de una de las fantasías que todos terminaban reclamando, invitarla a tomar un café allí mismo y decirle que le gustaba jugar con la borra. Vos me entendés, le dijo al Ronco guiñándole un ojo. Las chicas estaban acostumbradas a todo tipo de propuestas disparatadas y pervertidas, y esa era de lo más inocente a la que ella no se habría de negar. En un descuido le metería la pastilla en el pocillo, que tardaría algo más de una hora en hacer efecto. Tiempo suficiente. Se tomaría su café y después se iría del lugar como cualquier cliente y listo. En algún momento extrañarían la ausencia de la chica y encontrarían el cadáver. En la comisaría se encargarían de arreglar los resultados de la autopsia.

IV

Jaquelina hacía rato que se quería independizar totalmente, pero por el momento seguía sufriendo los abusos del titular de la seccional cuarta. Le exigía cada vez mayores condicionamientos y le elevaba todas las semanas el margen de la tajada que le quitaba. Si no te gusta trabajá más horas, le decía. Le mandaba tipos que se hacían pasar por clientes para ver si les pedía o aceptaba plata aparte. Todas las mañanas, rigurosamente, la esperaban a la salida del prostíbulo. Le controlaban si llevaba algún dinero de más y por lo tanto sospechoso. En varias oportunidades en que le revisaron la cartera y vieron una plata que supusieron excesiva, le dieron unas cachetadas y la dejaron sin una moneda en la vereda. Cuando no, la llevaban directamente a la comisaría, la sometían entre varios y después le inventaban un sumario por ejercicio de la prostitución en la vía pública que le hacía comer tres o cuatro días en una celda de cemento de la brigada femenina, roñosa como cocina ocupada de un edificio en construcción abandonado. Ella lo soportaba con paciencia estoica. No tenía por el momento otra salida para vivir y seguir con sus estudios universitarios. Hasta que un día se cansó.

-Guajardo, te vas a la reputa madre que te parió. No dependo más de vos. No se te ocurra mandarme alguno de tus orangutanes porque el que va a perder sos vos. Sabés que tengo cómo hacerte cagar –Jaquelina se dio media vuelta y salió de la oficina dando un portazo. Guajardo, serio como estatua de Sarmiento, sonrió con malicia. Acabás de limpiarte a vos misma, pendeja, se dijo, con esa impune seguridad que le daba ser cana y además comisario.

Jaquelina contó en su agrupación lo que hizo y pensaron juntas en los riesgos que sobrevendrían. Entre todas cabildearon, adelantaron posibles represalias y las compañeras trazaron enseguida una estrategia. Era fácil, solo había que sonsacarle datos a alguno de los oficiales acerca de qué haría el comisario. Incluso a él mismo. Para ellas de manera alguna era algo difícil.

V

-Jaquelina, hay uno que pide por vos, dice que te recomendaron. Andá a la 5.

Jaquelina estaba en la habitación privada con otra dos chicas. Colgó el auricular, se cebó otro mate, lo sorbió lentamente mientras sus ojos observaban hacia un costado, a un punto indefinido del espacio. Un leve movimiento en el extremo de sus labios cerrados se pareció a una sonrisa. Había llegado el momento. Era el día. Era la hora. Era el tipo, y que diría que vendría recomendado. Eran los datos que sus compañeras habían conseguido. Terminó el mate, lo dejó prolijamente al lado del termo, se acomodó la tanguita pasando un dedo por el borde, se arregló las medias con los tiradores a la cintura y se acomodó las tasas para que sus pechos quedasen adecuadamente suculentos y apetitosos. Después se revolvió el pelo y se lo tiró hacia adelante para dar un tono salvaje que a los matones los volvía locos. Saludó a las otras dos guiñándoles un ojo. Abrió la puerta y como un transeúnte insonoro, porque iba descalza, se fue a la 5.

Al cabo de treinta minutos se abrió la puerta de la habitación. Salió el Ronco Julián, serio como si en vez de haber hecho el amor hubiese tenido que leer la Biblia. Enfiló directo a la salida y se perdió en la calle. Atrás salió Jaquelina, sonriendo, aliviada, porque no había sido necesario que se dejase tocar por el Ronco. Había aceptado el café y lo fue tomando de a poco, mientras el Ronco se tomaba el suyo. Cuando vio que había dejado la tacita limpia y solo quedaba la borra, no lo dejó hablar, le pidió que la escuchara.

-Ronco, yo sé quién sos vos y quien te manda. Vos no viniste para coger conmigo, viniste a otra cosa –el se puso serio y le mantuvo la mirada-. Te voy a explicar cómo son las cosas...

-Mirá nena, no entiendo lo que decís…

-Mirá las pelotas. Te guardás lo de nena, me escuchás y punto. A vos te mandó Guajardo para limpiarme porque le planté mano. El viernes lo mandé a la puta que lo parió. Se terminó mi laburo con él, me cansé de sus abusos. Ahora voy a trabajar por mi cuenta, y si quiero y cuando quiera. Y el forro seguro te mandó para sacarme del medio por todas las cosas que le conozco. Tengo mucha información sobre la montaña de mierda que guarda en la mochila, y no solo de él sino también de su banda de hijos de puta -El Ronco seguía mirándola fijo, como si estuviese hipnotizado. En sus treinta años de sicario nunca se había encontrado con una parada semejante. Pero estaba seguro que dentro de una hora la mina palmaría. Escuchaba tranquilo. Ella siguió:

-Y vos en vez de venir a liquidarme vas a hacer de mensajero. Vas a ir a la taquería, ahora mismo, y le vas a decir a Guajardo que la última vez que me sacó toda la plata y que me golpearon, me violaron y me hizo coger por media seccional antes de mandarme por una semana a la brigada femenina, lo filmé y grabé todo. Decile que el pelotudo no se dio cuenta de fijarse en el piercing que tengo en el ombligo. ¿Lo ves? Éste. Que además de piercing es una cámara oculta con micrófono inalámbrico. Está todo grabado, mis gritos, su cara, la de todos, sus voces y las guarangadas de cada uno de los servidores de la ley, que afortunadamente no se privaron de explicar en detalle qué es lo que me hacían preguntándome a cada rato si me gustaba. Decile que no me gustó, y que si vuelve a romperme las pelotas, hay alguien que se encargará de subir la grabación enterita a las redes, que por supuesto el no tiene idea quién es. Chaucito, tomatelás, y gracias por el café. Y no te olvides de pagarlo cuando salgas que eso tiene costo aparte.

VI

El Ronco se levantó, se volvió a poner los calzoncillos y los pantalones, y con la misma cara seria de inesperado desconcierto salió de la habitación, ya vimos, como si en vez de haber hecho el amor hubiese acabado de leer la Biblia. Eso sí, con los genitales bien limpios. Pagó los cafés y salió del edificio con cara de perro apaleado. Llegó a la comisaría y fue directo al despacho de Guajardo. Sin saludar siquiera le contó todo como un estudiante de secundario que se aprendió el Mío Cid de memoria. Guajardo lo miraba serio y con una expresión de hipnotizado, similar a la que el Ronco había puesto ante Jaquelina. Ni bien terminó de contarle la historia al comisario, el Ronco se apretó fuerte el estómago, se sentó en el primer sillón que tenía a mano y se murió.

Los imprevistos y el empoderamiento de la mujer son los que últimamente vienen marcando agenda. Uno de los oficiales de la cuarta estaba enamorado de ella. Fue el que le avisó a las chicas la movida que haría Guajardo. Por eso fue que luego de que les trajeran los cafés a la habitación, y de que Jaquelina se pusiese de espaldas por un momento con la excusa de pedirle que le desabrochase el corpiño, que él aprovechó con un rápido movimiento de mano, el Ronco cometió el error de aceptar el pedido de élla de que antes que nada fuese al baño a lavarse bien con jabón antiséptico.

-Condiciones de prevención que siempre pido – le dijo. 

Lo demás no hace falta que lo explique.

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