
18 de Septiembre de 2017. Defiendo a la víctima
agredida por un vecino bruto, tipo patovica. De esos que reúnen todas las
características. Misógino, filonazi, golpeador, fanfarrón, vive en el gym haciendo crecer sus músculos anteriores, costillar y perniles. Al
mismo tiempo que se le achica el cerebro. Audiencia para sostener la apelación
de un sobreseimiento con el que el juez, de parecido perfil, lo ha beneficiado.
Que mi cliente con el oído machucado y la
mandíbula fisurada no pudo demostrar los hechos. Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Criminal y Correccional. La Sala no importa, no es cuestión
de ganarse una denuncia por calumnias en épocas de poder judicial desbocado. Después
de las introducciones de rigor, indicación del caso, nombre de los jueces,
partes –que incluyó la reiterada mala pronunciación de mi apellido- y solicitar
conformidad con la integración del tribunal, se me da la palabra en primer
lugar como apelante. A las dos frases, tras decir que se me privó de dos importantes
elementos probatorios de cargo, y que un testigo de la defensa, que dijo que no
vio nada, aparte de ser amigo del primate y a quien se me impidió controlar,
fue no obstante tomado como de descargo por el juez cuyo fallo apelé, lo
primero que sucede es que uno de los integrantes del tribunal –no importa el
nombre, cuestión de evitar querellas de monarcas desbocados-, es interrumpirme.
El tono es imperativo. ¡¿Cómo que no lo
pudo controlar?! Sabido es el efecto de dispersión que produce una abrupta
interferencia en el uso de la palabra. Los periodistas del establishment lo
usan a la perfección para impedir que se entiendan las ideas que intenta
expresar un entrevistado crítico del poder, y cómo eso dificulta retomar el
hilo de la exposición. Intento sobreponerme. Explico sobre el motivo por el que
no pude controlar ese testimonio inválido, no obstante insólitamente valorado
como descargo a favor del simio por el juez recurrido, y además pese a que el sedicente
testigo dijo que no vio nada. Nueva interrupción. El monarca insiste: ¡¿Por qué no lo controló?! Insisto
también: porque no pude, no se me
notificó la fecha de esa audiencia. Y digo de seguido para lograr hacer uso del
derecho de hablar: además eso no es lo importante, lo importante es que se
valoró como de descargo un testigo que no vio nada y que además es amigo del
gorila, tiene conflicto con mi cliente e interés en perjudicarlo. Intento
explicar que lo probé en la causa, pero hasta ahí logré llegar. Recibo nueva interrupción
huracanada, cortante, autoritaria: ¡¿Está
cuestionando la transparencia del procedimiento?¡ Sí, digo, temeroso ya de ser yo mismo sometido al garrote en vez de
mi pobre cliente. Siga y sea breve,
oigo que se grita. Sostengo los motivos concretos de mis agravios: además de lo
anterior, se me negó prueba de importancia, no uno sino dos testimonios, reclamo
que en todo caso se reciban y después se resuelva conforme a derecho, valorándose
todo, no solo medio expediente, de modo de respetar la igualdad de las partes
en el proceso. Se da por terminado mi tiempo como en los concursos televisivos
de preguntas y respuestas. Se le da la palabra al colega defensor. Expone lo
obvio, insiste con que no hubo testigos directos, niega que su cliente le haya
pegado al mío, trae cuestiones ajenas que pertenecen a otro caso. Los jueces lo
escuchan atentamente, complacidos. El defensor dice de pronto que uno de los
testigos de la querella también está comprendido en las generales de la ley por
ser pareja del denunciante. Me sorprende con eso. ¡¿Homofobia?! Los jueces
ponen cara de Torquemada. Se me da la palabra para contestarle. Insisto en que
las preferencias sexuales de mi cliente nada tienen que ver con el hecho
juzgado, de lo que se trata es que hubo un hecho de lesiones graves, que se
sabe quién fue el agresor y que se me negó la producción de prueba importante,
que en todo caso, aun siendo algún testigo comprendido en las generales de la
ley, debe ser valorado su testimonio, y argumento que el colega trae cuestiones
ajenas al caso, que hay el dato objetivo y probado que mi cliente fue lesionado,
que se probaron las lesiones, que el expediente está lleno de fotografías con
su cara llena de sangre y de certificaciones médicas que lo acreditan, que le
quedaron secuelas. El presidente del tribunal manotea molesto el legajo y busca
constancias. Lee en voz alta algunas piezas como si estuviese leyendo El Quijote de la Mancha por primera vez.
Pone en evidencia que pese a no haberse interiorizado del caso que debía juzgar
se dedicó a descalificar a mi cliente. Lo hago evidente. El monarca enrojece de
ira. El otro juez, de cuyo nombre no
quiero acordarme, en defensa propia, vuelve a interrumpirme de manera
brutal en defensa corporativa de su lateral cortesano. Aquí no se pone en duda la transparencia de la justicia.
Seguidamente me señala terminante en tono de pregunta: “en definitiva para redondear, debemos tener por cierto que no hay
ningún testigo directo del hecho y que todos los ofrecidos están comprendidos
en las generales de la ley”. Contesto que no, uno de ellos no, el vecino
que lo socorrió de primera mano no es amigo ni está comprendido en las
generales de la ley. Se me negó esa prueba. Se le da en seguida la palabra al
defensor, que en momento alguno es interrumpido. Ahora dice que también este
otro testigo es inhábil. Los míos son todos inhábiles, los suyos son todos
hábiles. Pide se confirme el sobreseimiento, con expresa imposición de costas.
Contesto que no es cierto, que solo es un vecino que socorrió a mi cliente de
la agresión del orangután, con perdón de los orangutanes, que suelen tener
buena relación con los seres humanos. El tribunal repentinamente da por
terminada la audiencia y anuncia que se notificará la resolución por sistema
electrónico. Es una forma de no dar la cara ante los súbditos. Saludamos y nos
retiramos. Advierto que el colega defensor se queda unos momentos en la sala y
saluda muy cordialmente a los jueces por su nombre, poniendo en evidencia que
los conoce. Los jueces le sonríen y comentan cuestiones de circunstancias. Es
lo que se llama salir de la audiencia con la sensación de la suerte echada. Fue
evidente que el tribunal tenía ya tomada posición sobre lo que decidiría, que
sus fundamentos y razones no están en el expediente ni en las pruebas sino en
otros lados que quedan más allá del edificio de tribunales. Bajando en el
ascensor en busca de un poco de refrescante aire matinal, recuerdo lo que dijo
uno de los monarcas. Aquí no se pone en
duda la transparencia de la justicia. Es cierto, me digo, esta justicia es
transparente, tan transparente que no se ve.
Muy bueno!!
ResponderEliminarMuy bueno!!
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