viernes, 15 de diciembre de 2017

TRANSPARENCIAS




18 de Septiembre de 2017. Defiendo a la víctima agredida por un vecino bruto, tipo patovica. De esos que reúnen todas las características. Misógino, filonazi, golpeador, fanfarrón, vive en el gym haciendo crecer sus  músculos anteriores, costillar y perniles. Al mismo tiempo que se le achica el cerebro. Audiencia para sostener la apelación de un sobreseimiento con el que el juez, de parecido perfil, lo ha beneficiado. Que mi cliente con el oído machucado y la mandíbula fisurada no pudo demostrar los hechos. Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional. La Sala no importa, no es cuestión de ganarse una denuncia por calumnias en épocas de poder judicial desbocado. Después de las introducciones de rigor, indicación del caso, nombre de los jueces, partes –que incluyó la reiterada mala pronunciación de mi apellido- y solicitar conformidad con la integración del tribunal, se me da la palabra en primer lugar como apelante. A las dos frases, tras decir que se me privó de dos importantes elementos probatorios de cargo, y que un testigo de la defensa, que dijo que no vio nada, aparte de ser amigo del primate y a quien se me impidió controlar, fue no obstante tomado como de descargo por el juez cuyo fallo apelé, lo primero que sucede es que uno de los integrantes del tribunal –no importa el nombre, cuestión de evitar querellas de monarcas desbocados-, es interrumpirme. El tono es imperativo. ¡¿Cómo que no lo pudo controlar?! Sabido es el efecto de dispersión que produce una abrupta interferencia en el uso de la palabra. Los periodistas del establishment lo usan a la perfección para impedir que se entiendan las ideas que intenta expresar un entrevistado crítico del poder, y cómo eso dificulta retomar el hilo de la exposición. Intento sobreponerme. Explico sobre el motivo por el que no pude controlar ese testimonio inválido, no obstante insólitamente valorado como descargo a favor del simio por el juez recurrido, y además pese a que el sedicente testigo dijo que no vio nada. Nueva interrupción. El monarca insiste: ¡¿Por qué no lo controló?! Insisto también: porque no pude, no se me notificó la fecha de esa audiencia. Y digo de seguido para lograr hacer uso del derecho de hablar: además eso no es lo importante, lo importante es que se valoró como de descargo un testigo que no vio nada y que además es amigo del gorila, tiene conflicto con mi cliente e interés en perjudicarlo. Intento explicar que lo probé en la causa, pero hasta ahí logré llegar. Recibo nueva interrupción huracanada, cortante, autoritaria: ¡¿Está cuestionando la transparencia del procedimiento?¡ , digo, temeroso ya de ser yo mismo sometido al garrote en vez de mi pobre cliente. Siga y sea breve, oigo que se grita. Sostengo los motivos concretos de mis agravios: además de lo anterior, se me negó prueba de importancia, no uno sino dos testimonios, reclamo que en todo caso se reciban y después se resuelva conforme a derecho, valorándose todo, no solo medio expediente, de modo de respetar la igualdad de las partes en el proceso. Se da por terminado mi tiempo como en los concursos televisivos de preguntas y respuestas. Se le da la palabra al colega defensor. Expone lo obvio, insiste con que no hubo testigos directos, niega que su cliente le haya pegado al mío, trae cuestiones ajenas que pertenecen a otro caso. Los jueces lo escuchan atentamente, complacidos. El defensor dice de pronto que uno de los testigos de la querella también está comprendido en las generales de la ley por ser pareja del denunciante. Me sorprende con eso. ¡¿Homofobia?! Los jueces ponen cara de Torquemada. Se me da la palabra para contestarle. Insisto en que las preferencias sexuales de mi cliente nada tienen que ver con el hecho juzgado, de lo que se trata es que hubo un hecho de lesiones graves, que se sabe quién fue el agresor y que se me negó la producción de prueba importante, que en todo caso, aun siendo algún testigo comprendido en las generales de la ley, debe ser valorado su testimonio, y argumento que el colega trae cuestiones ajenas al caso, que hay el dato objetivo y probado que mi cliente fue lesionado, que se probaron las lesiones, que el expediente está lleno de fotografías con su cara llena de sangre y de certificaciones médicas que lo acreditan, que le quedaron secuelas. El presidente del tribunal manotea molesto el legajo y busca constancias. Lee en voz alta algunas piezas como si estuviese leyendo El Quijote de la Mancha por primera vez. Pone en evidencia que pese a no haberse interiorizado del caso que debía juzgar se dedicó a descalificar a mi cliente. Lo hago evidente. El monarca enrojece de ira. El otro juez, de cuyo nombre no quiero acordarme, en defensa propia, vuelve a interrumpirme de manera brutal en defensa corporativa de su lateral cortesano. Aquí no se pone en duda la transparencia de la justicia. Seguidamente me señala terminante en tono de pregunta: “en definitiva para redondear, debemos tener por cierto que no hay ningún testigo directo del hecho y que todos los ofrecidos están comprendidos en las generales de la ley”. Contesto que no, uno de ellos no, el vecino que lo socorrió de primera mano no es amigo ni está comprendido en las generales de la ley. Se me negó esa prueba. Se le da en seguida la palabra al defensor, que en momento alguno es interrumpido. Ahora dice que también este otro testigo es inhábil. Los míos son todos inhábiles, los suyos son todos hábiles. Pide se confirme el sobreseimiento, con expresa imposición de costas. Contesto que no es cierto, que solo es un vecino que socorrió a mi cliente de la agresión del orangután, con perdón de los orangutanes, que suelen tener buena relación con los seres humanos. El tribunal repentinamente da por terminada la audiencia y anuncia que se notificará la resolución por sistema electrónico. Es una forma de no dar la cara ante los súbditos. Saludamos y nos retiramos. Advierto que el colega defensor se queda unos momentos en la sala y saluda muy cordialmente a los jueces por su nombre, poniendo en evidencia que los conoce. Los jueces le sonríen y comentan cuestiones de circunstancias. Es lo que se llama salir de la audiencia con la sensación de la suerte echada. Fue evidente que el tribunal tenía ya tomada posición sobre lo que decidiría, que sus fundamentos y razones no están en el expediente ni en las pruebas sino en otros lados que quedan más allá del edificio de tribunales. Bajando en el ascensor en busca de un poco de refrescante aire matinal, recuerdo lo que dijo uno de los monarcas. Aquí no se pone en duda la transparencia de la justicia. Es cierto, me digo, esta justicia es transparente, tan transparente que no se ve.

2 comentarios: