
A la novela “LA
ROSA AZUL” (inédita)
“Las religiones, como las luciérnagas, necesitan
de la oscuridad para brillar”.
Arthur Schopenhauer
Preludio
Viernes 22 de octubre de 2004. Las diez de la noche no es horario saludable
para terminar un viernes. Es demasiado. El cerebro se me había puesto denso y
corría el riesgo de endurecerse como resto de Poxipol en un pedazo de cartón.
Mis ojos necesitaban lubricarse después de soportar horas de brillo frente al
visor de la pecé, y miles de palabras fluyendo mezcladas como una cascada sin
sentido. Me debatía entre cenar solo en mi departamento o tomar una cerveza
helada con buena compañía. Algo que despegase de mi cuerpo el insoportable
calor húmedo de un día de fines de octubre. El tiempo luchaba entre ser los
restos de otro mes que pronto pasaría al olvido y los primeros escarceos de
promesas inciertas de un nuevo fin de semana. La ciudad asistía indolente a esa
lid. Segura de ser ella la que siempre gana. Mientras dudaba entre la cena o la
cerveza, iba engañando baldosas con paso cansino e indeciso. Me decidí, como se
imaginarán, por lo segundo, hacer una previa escala en La rosa azul. Pensaba en Justina.
El bar, a mitad de camino entre mi estudio y el garage en el que guardaba
el gastado Renault 19, funcionaba en una casona reciclada que había sido casco
de una antigua casa quinta de la época de Rosas. Ahora era un bar incierto de
dos plantas. Prometía sorpresas, siempre, hasta tarde. De ventanas abiertas con
claridad a pleno durante el día, y luces tenues con ecos de pasos furtivos
durante las noches. Podía ser un descanso sereno para entregarse a la lectura
del diario matutino frente a un café cortado. Pero también refugio secreto de
perfumes a jazmines o a rosas después de huida la tarde. Todo podía ser, según
las pretensiones del cliente. En todo caso era una buena parada para cortar el
encierro agobiante de la oficina y refrescarse el alma con una birra bien buena
y bien fría. El semáforo me mostraba su luz roja encendida. No había vehículos
a la vista. Crucé igual dando unos cuantos pasos largos. Apuré la cuadra
nocturna. Estaba a unos metros del cartel que con unas sencillas vueltas de
tubos de neón reproducía una rosa de color azul con el nombre del lugar. En ese
momento fue cuando se abrió repentinamente la puerta del bar. Una mujer de otro
tiempo salió a la vereda y me enfrentó cortándome el paso.
Así fue como empezó todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario