viernes, 24 de febrero de 2017

PRÓLOGOS - III




A la novela “SOY TESTIGO” (inédita)
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Mito Wichí

El Dios dueño de las aguas tuvo necesidad de un ser humano ingenioso que permitiera cumplir sus designios en la tierra del Gran Chaco. Así fue como encontró a Tok`uaj, héroe y mediador, antepasado ilustre del que proviene toda la comunidad Wichí. Ese mundo al principio era todo agua, nada más. Entonces Tok´uaj fue a hablar con Dios para que haga la tierra, porque, ¿cómo podían vivir así, sobre el agua? Dios escuchó a Tok´uaj, corrió el agua, y se formaron la tierra, los bichos y los animales; todo lo que hay en el mundo. Y Tok´uaj enseñó a las mujeres a buscar el cháguar. les indicó cómo distinguirlo en la espesura del monte y cómo hacer con el las preciadas artesanías. Así fue como un día Khatsilahen, mujer curtida y de edad indescifrable, se internó en el monte en busca de plantas de cháguar.

1999


Era tiempo de recolectar. Los senderos le eran familiares. Los había transitado año tras año. Una amplia yica le colgaba del hombro en bandolera. Estaba llena de cuerdas de cháguar hiladas el año anterior. En su mano derecha, como si estuviera por enfrentarse a un criollo, empuñaba un filoso cuchillo. Cuando reunió varios atados de plantas frescas, las ató y echó a su espalda. El regreso fue lento. Una vez en casa limpió las plantas y separó las fibras que se secarían al sol. Después las hiló y tiñó con tonos ocres, grises y marrones. Cuando el hilo estuvo seco y tuvo cantidad, lo tejió a telar. Hizo yicas, cinturones, adornos con forma de lechuzas, chajáes y búhos. Y también formó cordones más gruesos. Con ellos los hombres hicieron collares y colgantes, algunos solo con dijes, otros también con medallones grabados. El trabajo de meses, un lejano descendiente de Khatsilahen lo vendió después casi por monedas. El criollo se llevó bolsas llenas de tallas en madera de palo santo, de cisnes, ranas, llamas y aves autóctonas, como por ejemplo búhos. Éste vendió las obras de arte a puesteros de ferias artesanales, en Buenos Aires, a cien veces más de lo que pagó. Y los puesteros las venderían a su vez a los paseantes en la feria artesanal de Plaza Francia, a trescientas veces más. Un día una mujer joven, alegre, le compró a un puestero un collar de cháguar teñido, con dijes y un medallón de cerámica. Un búho estaba grabado en el medallón. Y el búho resolverá este caso.

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