viernes, 17 de febrero de 2017

PRÓLOGOS - II



A la novela “LAS ÚLTIMAS CARICIAS DE UN DOLOR” (inédita)
_____________________________________

Di tres golpes en la mesa con la empuñadura del bastón. Pedí silencio. Las siete personas sentadas en torno a la larga mesa, también Adolfo, dueño de la fonda “El Rey Lear”, me observaron con atención. El locro preparado por Jorge, el cocinero, humeaba en una enorme olla sobre un quemador. Las copas con Cabernet lucían un brillante color ciruela. El mismo color, de fulgor rojo sangre, que me recordaba los reflejos de una gema cuya dueña –poco tiempo atrás- casi terminó con mi vida. Persistían algunos murmullos. Desde la cabecera que me asignara Adolfo volví a golpear la tabla. Dije por favor. Algunos apuraron el trago, otros bajaron las copas sin haber bebido. El murmullo se apagó.
Todos sabemos algo dije. Pero salvo Teresa y yo, no la historia completa. Debe ser subsanado, se impone entre amigos. Más, cuando ustedes fueron protagonistas. Por eso la invitación a esta cena, a puertas cerradas gracias a la gentileza del dueño lo señalé. Adolfo ama la comida tanto como los libros, la poesía y las buenas historias. Más si son policiales. Hay seis detenidos. Por ahora. No todos los que debieran estarlo. Hoy, 17 de julio, podemos ordenar los capítulos de este caso sorprendente. Hecho de voces, de sonidos y de sueños extraños. De una clienta que nunca tuve, de un caso que nunca asumí, de alguien que aún después de morir siguió implorando insistentemente mi ayuda.
Como lo hubiera expresado Shakespeare, nosotros y la ansiedad somos una misma cosa dijo Adolfo.
Hace honor al nombre de este lugar agregó Pablo.
Vamos se sumó Teresa, la gente está inquieta. Déjense de misterios. Ariel, contá de una vez.
Adhiero dijo Toribio. Y para emular al venerado dramaturgo inglés, invoco:el arco está tenso, suelte la flecha”.
Todos asintieron. Así que, mientras Jorge comenzó a llenar los platos valiéndose de un enorme cucharón, comencé a explicar ordenadamente los hechos, con el fin de que los presentes pudieran armar la historia de la que ellos mismos fueron protagonistas, en muchos casos, sin saber que lo fueron.

Pero, por consideración al lector, vale la pena invitarlo también a esa mesa. Por supuesto, si es que le interesa saber cómo llegamos a ese lugar, esa noche, un abogado y su secretaria, un policía, un cantinero amante de la literatura inglesa y su esposa,  su cocinero y un vendedor de videos. En tal caso, solo debe dar vuelta la página. Si no es así, no importa, nada demasiado importante se habrá perdido. Solo, de lo que son capaces leves rastros sobre un vidrio. Los leves rastros que dejan las últimas caricias de un dolor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario