viernes, 3 de febrero de 2017

PRÓLOGOS - I



(Con esta publicación inicio una serie de prólogos a mis novelas)

A la novela “LA TRAMA KANDINSKY – UNA MALDICIÓN BONAERENSE” (Editorial Peña Lillo / Continente – Buenos Aires - 2010), e inicio del Capítulo I
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“Una cosa se me hizo clara, que la objetividad, la representación de los objetos, no tenían ningún sentido en mis cuadros”Wassily Kandinsky

PRÓLOGO

Trabajé diez años en un juzgado penal de la provincia de Buenos Aires. En el Departamento de Lomas de Zamora. Sé perfectamente bien que si uno quiere averiguar lo que realmente pasó en un caso, por donde menos hay que empezar es por la comisaría que interviene. Hay que escuchar a los actores principales. Sí, por supuesto, a las víctimas y a los sospechosos. Recién después ir al juzgado y leer el expediente. Y desconfiar de casi todo lo que dice. Hablar primero con el oficial del juzgado que atiende la causa, después con el secretario y por último con el juez. Mientras uno habla con cada uno de ellos observarles las caras con detenimiento. Hablarles del caso, si es posible de cualquier cosa, pero estudiarles las caras. Después volver a hablar con los clientes. Corregir y completar datos encontrados en el expediente y en las caras estudiadas. Dedicar un tiempo a la reflexión y volver a hacer averiguaciones directas. Meterse en el mundo de los demás actores del drama. Todo esto antes de que en la comisaría sepan que es uno quien anda con la nariz detrás del caso. Por último, recién por último, ir a la comisaría y pedir por el oficial que recibió la primera denuncia. Si a los dos minutos por arte de magia se abre una puerta, aparece el comisario e invita a pasar para hablar directamente con él, eso ya es un dato. Un dato más que significativo. Un viejo caso, en el que tuve que esmerarme en esas previsiones, dio origen a esta novela. Se la prometí al juez de la causa.
Ariel Giovenco

I.                    Nieva en Lomas. Un legajo cae

Lunes 9 de Julio de 2007, feriado, siete y media de la tarde y nevaba en Lomas de Zamora. Algo insólito que no ocurría desde 1918.
Estaba solo, disfrutando de la tranquilidad del estudio cerrado, sin clientela. Por lo menos hasta que un rato más tarde llegara ella, y como preámbulo de una noche especial, seguro, me ofreciera unos mates preparados como yo le había enseñado.
Paseé un buen rato contemplando el espectáculo extraordinario de la nieve a través de los ventanales. Más tarde me dediqué a releer algunos conceptos sobre tipicidad del último trabajo de derecho penal de Zaffaroni. El nuevo tratado lo había dejado mi librero en el estudio el viernes anterior. Después de cobrarme la mensualidad y extenderme el recibo, lo sacó de su enorme maletín de cuero gastado, lo apoyó sobre mi escritorio como quien exhibe de pronto un secreto y me habló con aire de experto:
-Está recién editado, doctor, es un libro imprescindible para todo penalista… -dijo serio y ceremonioso como si yo no lo conociera.

Era un bueno momento de ese lunes, día de la Declaración de la Independencia, con la extraña nieve cercana, para repasar algunos capítulos. Daba vuelta la primera página de aquel capítulo cuando me sobresaltó un estruendo proveniente del fondo. Crujidos y un estrépito de golpes secos a repetición…

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