
(Con esta
publicación inicio una serie de prólogos a mis novelas)
A la novela “LA
TRAMA KANDINSKY – UNA MALDICIÓN BONAERENSE” (Editorial Peña Lillo /
Continente – Buenos Aires - 2010), e inicio del Capítulo I
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“Una cosa se me hizo clara,
que la objetividad, la representación de los objetos, no tenían ningún sentido
en mis cuadros” – Wassily Kandinsky
PRÓLOGO
Trabajé diez años en un juzgado penal
de la provincia de Buenos Aires. En el Departamento de Lomas de Zamora. Sé
perfectamente bien que si uno quiere averiguar lo que realmente pasó en un
caso, por donde menos hay que empezar es por la comisaría que interviene. Hay
que escuchar a los actores principales. Sí, por supuesto, a las víctimas y a
los sospechosos. Recién después ir al juzgado y leer el expediente. Y
desconfiar de casi todo lo que dice. Hablar primero con el oficial del juzgado
que atiende la causa, después con el secretario y por último con el juez. Mientras
uno habla con cada uno de ellos observarles las caras con detenimiento.
Hablarles del caso, si es posible de cualquier cosa, pero estudiarles las
caras. Después volver a hablar con los clientes. Corregir y completar datos
encontrados en el expediente y en las caras estudiadas. Dedicar un tiempo a la
reflexión y volver a hacer averiguaciones directas. Meterse en el mundo de los
demás actores del drama. Todo esto antes de que en la comisaría sepan que es
uno quien anda con la nariz detrás del caso. Por último, recién por último, ir
a la comisaría y pedir por el oficial que recibió la primera denuncia. Si a los
dos minutos por arte de magia se abre una puerta, aparece el comisario e invita
a pasar para hablar directamente con él, eso ya es un dato. Un dato más que
significativo. Un viejo caso, en el que tuve que esmerarme en esas previsiones,
dio origen a esta novela. Se la prometí al juez de la causa.
Ariel Giovenco
I.
Nieva
en Lomas. Un legajo cae
Lunes 9 de
Julio de 2007, feriado, siete y media de la tarde y nevaba en Lomas de Zamora.
Algo insólito que no ocurría desde 1918.
Estaba
solo, disfrutando de la tranquilidad del estudio cerrado, sin clientela. Por lo
menos hasta que un rato más tarde llegara ella, y como preámbulo de una noche
especial, seguro, me ofreciera unos mates preparados como yo le había enseñado.
Paseé un
buen rato contemplando el espectáculo extraordinario de la nieve a través de
los ventanales. Más tarde me dediqué a releer algunos conceptos sobre tipicidad
del último trabajo de derecho penal de Zaffaroni. El nuevo tratado lo había
dejado mi librero en el estudio el viernes anterior. Después de cobrarme la
mensualidad y extenderme el recibo, lo sacó de su enorme maletín de cuero
gastado, lo apoyó sobre mi escritorio como quien exhibe de pronto un secreto y
me habló con aire de experto:
-Está recién editado, doctor, es un libro
imprescindible para todo penalista… -dijo serio y ceremonioso como si yo no
lo conociera.
Era un bueno
momento de ese lunes, día de la Declaración de la Independencia, con la extraña
nieve cercana, para repasar algunos capítulos. Daba vuelta la primera página de
aquel capítulo cuando me sobresaltó un estruendo proveniente del fondo.
Crujidos y un estrépito de golpes secos a repetición…
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