viernes, 21 de diciembre de 2018

SEGURPLÚS TITÁN





A partir de esa noche Doña Acacia comenzó a hacer una rigurosa guardia a pocos centímetros de la puerta cancel de su casa. Dejaba la puerta sin llave apropósito para evitar la rotura y el costo consecuente. En el pasillo tenía luz. Podía quedarse allí tranquila leyendo. Si se dormía se despertaría fácilmente. Así fue como no pasaron más de dos o tres noches cuando en una de esas, a eso de las dos de la mañana, la despertó un forcejeo en la cerradura. Se levantó con sigilo, apagó la luz y se colocó del lado ciego de la puerta. Dejó hacer. Cuando el intruso advirtió que no tenía más que girar el picaporte, abrió. Comenzó a deslizarse hacia el interior tan cuidadosa y lentamente como un gato al acecho de su presa. Ella se aseguró de que solo fuese una persona, después lo dejó hacer hasta que ingresara completamente. Al cabo de unos segundos tuvo la espalda del sujeto a su disposición. Doña Acacia levantó el revólver Doberman calibre 32 largo que había sido de Balduino, su esposo, que hasta ese momento había descansado sobre su falda. Le apoyó al sujeto el cañón en la nuca. Con el pie empujó la puerta hasta que la cerró y con la otra mano encendió la luz del pasillo.

Te quedás quietito. ¿Entendés lo que quiere decir quietito, no? El fierro este, que era de mi difunto esposo, que en paz descanse, está martillado. ¿Sabés lo que quiere decir eso querido? Claro que lo sabés. No me contestes, te lo digo yo. Que al menor movimiento extraño que hagas toda tu existencia se va a convertir de pronto en un color negro inconsciente, mudo e infinito...

El joven, porque eran un jovencito, se quedó tieso como si fuese una señal de tránsito. Doña Acacia continuó:

ꟷ… ¿Estás armado?

ꟷSsssi –dijo el pibe. Se notó que le sobrevino un temblor.

ꟷ¡Levantá las manos! ¡Ya! Dá dos pasos adelante, alejate y date vuelta. Acordate que mi revolver está martillado, listo para disparar, no hagas tonterías, querido, la cosa no es tanto con vos.

El pibe obedeció. Doña Acacia vio que era un chico que no llegaba a los veinte. Volvió a dar órdenes.

ꟷSi te movés, color negro y silencio infinito, ¿entendiste, no? ꟷEl pibe, que tenía un leve parecido a Carlitos Tevez, empezó a llorar. Sin dejar de apuntar a la cabeza, Doña Acacia acercó la mano, lo tanteó, encontró el arma y se la sacó con cuidado. Era un revolver Rubí Extra del 22 largo. Después conminó al pibe a darse vuelta nuevamente y a ingresar en el domicilio. Lo hizo sentar en una silla, ella hizo lo mismo en su sillón colocándosele enfrente, a prudente distancia. Sin dejar de apuntarlo en ningún momento se puso a charlar con él mientras el chico no paraba de llorar. La charla fue sustanciosa, por momentos entretenida. Le pidió al joven precisiones, que diese sus datos, le relatase cómo fue que llegó a su casa y por qué se dedicaba a eso, de modo que quedase grabado en el celular, que ya había preparado sobre el apoyabrazos de su sillón. Era la condición para dejarlo ir sin hacer la denuncia. Cuando terminó, Doña Acacia cerró la aplicación del teléfono y cumplió su promesa.

ꟷ¿Seguro no me va a pasá nada, verdá señora?

ꟷQuedate tranquilo. Yo respondo.

El pibe salió de la sala como un suspiro, encaró el pasillo, abrió la puerta y se esfumó en la oscuridad. Doña acacia puso llave, ahora sí, a la puerta de calle, después le calzó el pasador de seguridad. Se dirigió a su pieza. Guardó el arma en la caja de zapatos, que devolvió al fondo del ropero, detrás de la ropa de invierno, de donde nadie la había tocado desde que falleciera Balduino. Por supuesto el Doberman estaba descargado y no hubiera sabido cómo colocarle las balas ni mucho menos cómo sacarle el seguro. Después apagó el celular y lo escondió en el cajón de la mesita. Antes de acostarse sonrió. Se acordó de su esposo. Lo de fierro y martillado eran palabras que usaba él.
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Unos días atrás, Doña Acacia había encarado el pasillo para salir de su casa. El mercadito chino estaba por cerrar y acababa de comprobar que le faltaba una lata de tomates. Para ella, que vivía sola, nunca cocinaba nada especial, solo lo hacía cuando, como ese mediodía, vendrían de visita su hijo Guido, su nuera Alicia y Ernestito, su nieto del alma. Al introducir la llave en la cerradura de la puerta cancel miró al piso y lo vio. Un volante de publicidad, como tantos que encontraba todas las mañanas. Pero este era distinto. No era de ningún delivery, de ninguna nueva pizzería ni de las Empanadas de la Nonna. Este volante la preocupó. Le preocupó porque era la cuarta vez que se lo mandaban por debajo de la puerta. ¡SEGURPLÚS TITÁN LO PROTEGE!, decía el encabezado en grandes letras mayúsculas, entre signos de admiración. Apoyando una mano en la mocheta de la pared Doña Acacia hizo el esfuerzo de agacharse para recogerlo, a diferencia de los otros que normalmente empujaba con el pie para arrojarlos a la calle. Quería leerlo mejor y obtener más detalles. La reiterada aparición de ese volante, al que hasta ahora había siempre pateado hacia afuera, como a los otros, la había preocupado realmente. La tranquilidad para usted, los suyos y su propiedad es el mayor de sus bienes, ¡protéjalos!, decía más abajo en letras de menor tamaño y con dudosa redacción. El texto sobre una foto a color de una especie de móvil de seguridad pintado de colores naranja y verde ꟷun espanto de mal gusto, pensó ellaꟷ, con balizas destellantes azul metálico en el techo. Lo dobló, lo guardó en el bolsillo del batón y salió en dirección al mercadito. Cuando llegó saludó a Cora, la china dueña del súper que atendía la caja, observó con desagrado la cantidad de personas que había en la fila para pagar, para colmo dos llevaban changuitos repletos. Se dirigió a la góndola de las conservas. Por una lata de tomates perita La Campagnola seguro me van a dejar pasar primero, se dijo. Descartó dos que estaban abolladas y eligió una en perfectas condiciones después de comprobar la fecha de vencimiento. Llevando ostensiblemente la lata en la mano dio la vuelta a la góndola por atrás para colocarse en el último lugar de la fila. Fue entonces cuando, aparte de pedir permiso para adelantarse exhibiendo la lata de tomates como insignificante compra que justificaba el permiso, se le ocurrió algo. Sacó del bolsillo el volante de SEGURPLÚS TITÁN y le fue preguntando uno a uno a los clientes que aguardaban en la fila si habían recibido en sus casas una publicidad como esa. De once personas nueve habían contratado el servicio, cinco después de que lo descartaran por un tiempo sufrieron robos en sus casas, y las dos restantes, como le pasaba a ella, todos los días encontraban un papelito igual en el suelo o en la caja del buzón, dos de las cuales habían encontrado forzada la puerta de calle, aunque los asaltantes no habían podido ingresar. Cuando todo el mundo accedió a que Doña Acacia pasase primero, ¡Por una lata, por favor, pase!, le preguntó también a Cora. La china vio el volante, sonrió y haciendo un ademán hacia el grueso vidrio de la puerta de acceso al súper le indicó una gran oblea autoadhesiva pegada en el vidrio en la que se leía ESTA CASA ESTÁ SEGURA, ESTÁ ADHERIDA A SEGURPLÚS TITÁN. Shi shi shi, shi también, shi también, acá, acá, cuida cuida, antes asaltos, dos veces, le decía Cora sonriendo y agitando la cabeza de arriba a abajo en un reiterado sí, como es costumbre de los chinos. Doña Acacia se mantuvo seria, pagó la lata de tomates. Antes de salir del local se dio vuelta, se dirigió a la fila y agradeció en general la gentileza de haberle dejado ahorrar tiempo. Mientras caminaba la cuadra y media que la separaba de su casa, iba seria, pensando. Pero no solo pensaba, sino que además tramaba. Hasta que justo en el momento en que introducía la llave en la puerta cancel para ingresar a su domicilio, se le iluminó el rostro. Ya sabía lo que iba a hacer.
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Después de pasar unas noches en vela en el pasillo de acceso a su casa, frente a la puerta cancel, y de que una de esas noches se convirtiese en una verdadera aventura con un joven que intentó asaltarla, con el que tuvo una amigable charla, a la mañana siguiente decidió visitar la comisaría de la ciudad. Sus ochenta y dos años ayudaban para el aspecto exacto que buscaba lograr. Vestida lo más paqueta que pudo, hizo bien ostensible su figura de abuela sumando un bastón que, en realidad, no necesitaba. Además, su lucidez era impecable. Llegó a la comisaría, ingresó a paso lento exagerando su dependencia del bastón, hasta llegar a la guardia.

ꟷBuenos días agente, quisiera anunciarme al señor comisario, si es tan amable.

ꟷ¿Motivo señora?

ꟷSoy la señora Acacia Ramos, presidenta de la asociación protectora de la virgen del valle de Aosta, filial Lomas de Zamora, cuya casa matriz está en el norte de Italia, justamente en Aosta, como su nombre lo indica. La asociación decidió hacer una contribución a esta comisaría, para colaborar con sus duras tareas al servicio de la comunidad ꟷfue el disparate que se le ocurrió decir y que dio por sentado que impresionaría tanto al agente como al comisario, a fin de que éste decidiera atenderla personalmente. No se equivocó.

ꟷUn momentito, por favor ꟷel agente levantó presto el auricular. Cuando el comisario lo atendió dijo algo parecido al montón de palabras que había pronunciado la abuela, pero que igualmente sonaron importantes. Tanto que el agente colgó enseguida. Le habían ordenado un rápido salvoconducto. Le pidió a la abuela que lo acompañase al interior. La condujo hasta la puerta del despacho del comisario, golpeó dos veces con el nudillo, abrió y la invitó a entrar.

ꟷSeñor comisario, la señora Ramos de la asociación de la Costa, filial Lomas ꟷdijo, en una suerte de embrollada síntesis de lo que había escuchado hacía un rato. El comisario ya estaba parado para recibirla. La invitó a sentarse en cualquiera de unos sillones ubicados frente a una mesa ratona, alejados del escritorio, a fin de distinguirla como importante visita, alejada la forma del trato dispensado a personas comunes o a un subalterno.

ꟷUn gusto recibirla, señora Ramos. ¿Gusta un café, un té? ꟷdijo el comisario con una amplia sonrisa cuyos extremos parecía que se le perdían en la nuca.

ꟷNo, gracias.

ꟷBueno, la escucho, el agente Barrios me dijo que…

ꟷPermítame –lo cortó ella seria y terminante. El comisario calló. La sonrisa se estrechó, de modo que ahora podía verse bien donde empezaba y terminaba la boca.

ꟷPor favor ꟷdijo el, ya serioꟷ, dígame.

Ella abrió su cartera, extrajo un celular Samsung Galaxy J8, 4G, se cercioró de aumentar adecuadamente el volumen, abrió la aplicación del Whatsapp, buscó y cuando encontró lo que quería apretó el triangulito que dispara la grabación de voz. Se oyó la pausada voz de un joven con poca instrucción, consistente en la temerosa pero clara explicación de un conjunto de circunstancias. La reproducción no llegó a durar más de dos minutos, y al final se oyó también la voz grabada de Doña Acacia, tranquilizando al joven cuya trabajosa voz acababa de reproducirse. Cuando el comisario terminó de escuchar estaba rojo, mudo, con las mandíbulas apretadas y duro como piedra mientras aferraba los apoyabrazos del sillón con manos de tenazas. No le salía palabra. Pero a Doña Acacia sí.

ꟷDesde ya comisario que no va a haber más robos en el barrio, aunque los vecinos, inclusive la china Cora, anulen sus contratos con esa empresa que es de su propiedad, aunque esté a nombre de un testaferro, empresa cuyo nombre además es ridículo. Y por supuesto que tampoco le va a pasar nada al joven Facundo, como tampoco a ninguno de sus amigos, quienes dejarán además de trabajar para usted, que se encarga de sembrar la inseguridad que solo le sirve a usted para aumentar sus ilícitos ingresos. De lo contrario no tendré más que armar un grupo de Whatsapp, en los que estarán incluidos varios de los vecinos de mi barrio, y también algún que otro fiscal y periodista que conozco, y simplemente ejecutar tres acciones en mi celular. Primero la de buscar el archivo, después la de seleccionar el grupo destinatario, y por último la de apretar el ícono de enviar. Y no se le ocurra arrebatarme ahora este celular, no le servirá de nada, porque la grabación se la envié antes de venir a una persona de confianza que usted no sabrá, obviamente, quién esꟷ. Dicho lo cual Doña Acacia se levantó y se retiró caminando normalmente con el bastón bajo el brazo, ya no le hacía falta para que le prestasen atención, lo había conseguido de otra manera. No abandonó el despacho sin antes desearle los buenos días al comisario.
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Me llamo Facundo Río, tengo diecinueve año, vivo en Ucrania sin número, entre la Magallane y Suare de Caraza, Lanú. Trabajo para el comisario Benavide de Loma. El comisario Benavide e el verdadero dueño de la agencia de seguridá segurlú titán, que está a nombre de otro que no sé quién e. Como tengo varia entrada por hurto, y una por robo, mi viejo hace dojaño se quedó sin laburo, depué se fue, no sabemo dónde está, tengo un hermanito daun, mi vieja trabaja por hora y no alcanza pa nada…,  pero nunca maté a nadie eh, ojo, a mí y a otro cuanto pibe el comisario no tiene agarrado e lo guevo y amenazado con mandarno adentro otra ve, si no trabajamo para el. No manda a reventar casas para afaná, el no da la dirección. Notro sabemo quelige la casa que después de hacé la propaganda de su empresa de seguridá no lo contratan. Pa asustarlo y meterle miedo, ¿vio? Eso… Es el negocio que tiene. Mete miedo y que le contraten la seguridá de la segurlú titán, ¿qué má quiere que aclare, señora? Por favó, ¿usté está segura que no me va a pasá nada? Por favó… No le puedo yevá ma quilombo a mi vieja, por favó… Quedate tranquilo pibe, no te va a pasar nada. Yo te lo aseguro.

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