
A partir de esa noche Doña Acacia comenzó a
hacer una rigurosa guardia a pocos centímetros de la puerta cancel de su casa. Dejaba
la puerta sin llave apropósito para evitar la rotura y el costo consecuente. En
el pasillo tenía luz. Podía quedarse allí tranquila leyendo. Si se dormía se
despertaría fácilmente. Así fue como no pasaron más de dos o tres noches cuando
en una de esas, a eso de las dos de la mañana, la despertó un forcejeo en la
cerradura. Se levantó con sigilo, apagó la luz y se colocó del lado ciego de la
puerta. Dejó hacer. Cuando el intruso advirtió que no tenía más que girar el
picaporte, abrió. Comenzó a deslizarse hacia el interior tan cuidadosa y
lentamente como un gato al acecho de su presa. Ella se aseguró de que solo fuese una persona, después lo dejó hacer hasta que ingresara
completamente. Al cabo de unos segundos tuvo la espalda del sujeto a su disposición. Doña Acacia levantó el revólver Doberman calibre 32 largo que había sido de Balduino, su esposo, que
hasta ese momento había descansado sobre su falda. Le apoyó al sujeto el cañón en la nuca.
Con el pie empujó la puerta hasta que la cerró y con la otra mano encendió la
luz del pasillo.
ꟷTe quedás
quietito. ¿Entendés lo que quiere decir quietito, no? El fierro este, que era
de mi difunto esposo, que en paz descanse, está martillado. ¿Sabés lo que
quiere decir eso querido? Claro que lo sabés. No me contestes, te lo digo yo. Que
al menor movimiento extraño que hagas toda tu existencia se va a convertir de
pronto en un color negro inconsciente, mudo e infinito...
El joven, porque eran un jovencito, se quedó
tieso como si fuese una señal de tránsito. Doña Acacia continuó:
ꟷ… ¿Estás armado?
ꟷSsssi –dijo el pibe. Se notó que le
sobrevino un temblor.
ꟷ¡Levantá las manos! ¡Ya! Dá dos pasos adelante,
alejate y date vuelta. Acordate que mi revolver está martillado, listo para
disparar, no hagas tonterías, querido, la cosa no es tanto con vos.
El pibe obedeció. Doña Acacia vio que era un chico que no llegaba a los veinte. Volvió a dar
órdenes.
ꟷSi te movés, color negro y silencio infinito,
¿entendiste, no? ꟷEl pibe, que tenía un leve parecido a Carlitos Tevez, empezó
a llorar. Sin dejar de apuntar a la cabeza, Doña Acacia acercó la mano, lo
tanteó, encontró el arma y se la sacó con cuidado. Era un revolver Rubí Extra del 22 largo. Después conminó al pibe a darse vuelta nuevamente y a ingresar en
el domicilio. Lo hizo sentar en una silla, ella hizo lo mismo en su sillón colocándosele enfrente,
a prudente distancia. Sin dejar de apuntarlo en ningún momento se puso a charlar con él mientras el chico no paraba de
llorar. La charla fue sustanciosa, por momentos entretenida. Le pidió al joven precisiones, que diese sus datos, le relatase cómo fue que llegó a
su casa y por qué se dedicaba a eso, de modo que quedase grabado en el celular, que ya había preparado sobre el apoyabrazos de su sillón.
Era la condición para dejarlo ir sin hacer la denuncia. Cuando terminó, Doña
Acacia cerró la aplicación del teléfono y cumplió su promesa.
ꟷ¿Seguro no me va a pasá nada, verdá señora?
ꟷQuedate tranquilo. Yo respondo.
El pibe salió de la sala como un suspiro, encaró el pasillo, abrió la puerta y se esfumó en la oscuridad.
Doña acacia puso llave, ahora sí, a la puerta de calle, después le calzó el pasador
de seguridad. Se dirigió a su pieza. Guardó el
arma en la caja de zapatos, que devolvió al fondo del ropero, detrás de la ropa
de invierno, de donde nadie la había tocado desde que falleciera Balduino. Por
supuesto el Doberman estaba descargado y no hubiera sabido cómo colocarle las
balas ni mucho menos cómo sacarle el seguro. Después apagó el celular y lo
escondió en el cajón de la mesita. Antes de acostarse sonrió. Se acordó de su
esposo. Lo de fierro y martillado eran palabras que usaba él.
____ X ____
Unos días atrás, Doña Acacia había encarado el
pasillo para salir de su casa. El mercadito chino estaba por cerrar y acababa
de comprobar que le faltaba una lata de tomates. Para ella, que vivía sola,
nunca cocinaba nada especial, solo lo hacía cuando, como ese mediodía, vendrían
de visita su hijo Guido, su nuera Alicia y Ernestito, su nieto del alma. Al
introducir la llave en la cerradura de la puerta cancel miró al piso y lo vio.
Un volante de publicidad, como tantos que encontraba todas las mañanas. Pero
este era distinto. No era de ningún delivery, de ninguna nueva pizzería ni de
las Empanadas de la Nonna. Este
volante la preocupó. Le preocupó porque era la cuarta vez que se lo mandaban
por debajo de la puerta. ¡SEGURPLÚS TITÁN
LO PROTEGE!, decía el encabezado en grandes letras mayúsculas, entre signos
de admiración. Apoyando una mano en la mocheta de la pared Doña Acacia hizo el
esfuerzo de agacharse para recogerlo, a diferencia de los otros que normalmente
empujaba con el pie para arrojarlos a la calle. Quería leerlo mejor y obtener
más detalles. La reiterada aparición de ese volante, al que hasta ahora había
siempre pateado hacia afuera, como a los otros, la había preocupado realmente. La tranquilidad para usted, los suyos y su
propiedad es el mayor de sus bienes, ¡protéjalos!, decía más abajo en letras de menor tamaño y con dudosa
redacción. El texto sobre una foto a color de
una especie de móvil de seguridad pintado de colores naranja y verde ꟷun
espanto de mal gusto, pensó ellaꟷ, con balizas destellantes azul metálico en el techo. Lo dobló, lo guardó
en el bolsillo del batón y salió en dirección al mercadito. Cuando llegó saludó
a Cora, la china dueña del súper que atendía la caja, observó con desagrado la cantidad de personas que había en la fila para pagar, para colmo dos llevaban
changuitos repletos. Se dirigió a la góndola de las conservas. Por una lata de tomates perita La Campagnola
seguro me van a dejar pasar primero, se dijo. Descartó dos que estaban
abolladas y eligió una en perfectas condiciones después de comprobar la fecha
de vencimiento. Llevando ostensiblemente la lata en la mano dio la vuelta a la
góndola por atrás para colocarse en el último lugar de la fila. Fue entonces
cuando, aparte de pedir permiso para adelantarse exhibiendo la lata de tomates como insignificante compra que justificaba el permiso, se le
ocurrió algo. Sacó del bolsillo el volante de SEGURPLÚS TITÁN y le fue
preguntando uno a uno a los clientes que aguardaban en la fila si
habían recibido en sus casas una publicidad como esa. De once personas nueve habían contratado el servicio, cinco después de que lo descartaran
por un tiempo sufrieron robos en sus casas, y las dos restantes, como le pasaba a ella, todos los días encontraban un papelito igual en el suelo o en la caja
del buzón, dos de las cuales habían encontrado forzada la puerta de calle,
aunque los asaltantes no habían podido ingresar. Cuando todo el mundo accedió
a que Doña Acacia pasase primero, ¡Por
una lata, por favor, pase!, le preguntó también a Cora. La china vio el
volante, sonrió y haciendo un ademán hacia el grueso vidrio de la puerta de
acceso al súper le indicó una gran oblea autoadhesiva pegada en el vidrio en la
que se leía ESTA CASA ESTÁ SEGURA, ESTÁ ADHERIDA A SEGURPLÚS TITÁN. Shi shi shi, shi también, shi también, acá,
acá, cuida cuida, antes asaltos, dos veces, le decía Cora sonriendo y agitando la cabeza de arriba a abajo
en un reiterado sí, como es costumbre de los chinos. Doña Acacia se mantuvo
seria, pagó la lata de tomates. Antes de salir del local se dio vuelta, se
dirigió a la fila y agradeció en general la gentileza de haberle dejado ahorrar
tiempo. Mientras caminaba la cuadra y media que la separaba de su casa, iba
seria, pensando. Pero no solo pensaba, sino que además tramaba. Hasta que justo
en el momento en que introducía la llave en la puerta cancel para ingresar a su
domicilio, se le iluminó el rostro. Ya sabía lo que iba a hacer.
___ X ___
Después de pasar unas noches en vela en el pasillo de acceso a su casa, frente a la puerta cancel, y de que una de esas noches se convirtiese en una verdadera aventura con un joven que intentó asaltarla, con el que tuvo una amigable charla, a la mañana siguiente decidió visitar la comisaría de la ciudad. Sus ochenta y dos años
ayudaban para el aspecto exacto que buscaba lograr. Vestida lo más paqueta que
pudo, hizo bien ostensible su figura de abuela sumando un bastón que, en
realidad, no necesitaba. Además, su lucidez era impecable. Llegó a la
comisaría, ingresó a paso lento exagerando su dependencia del bastón, hasta
llegar a la guardia.
ꟷBuenos días agente, quisiera anunciarme al
señor comisario, si es tan amable.
ꟷ¿Motivo señora?
ꟷSoy la señora Acacia Ramos, presidenta de la
asociación protectora de la virgen del valle de Aosta, filial Lomas de Zamora,
cuya casa matriz está en el norte de Italia, justamente en Aosta, como su
nombre lo indica. La asociación decidió hacer una contribución a esta
comisaría, para colaborar con sus duras tareas al servicio de la comunidad ꟷfue
el disparate que se le ocurrió decir y que dio por sentado que impresionaría
tanto al agente como al comisario, a fin de que éste decidiera atenderla
personalmente. No se equivocó.
ꟷUn momentito, por favor ꟷel agente levantó presto
el auricular. Cuando el comisario lo atendió dijo algo parecido al montón de
palabras que había pronunciado la abuela, pero que igualmente sonaron
importantes. Tanto que el agente colgó enseguida. Le habían ordenado un rápido
salvoconducto. Le pidió a la abuela que lo acompañase al interior. La condujo hasta la puerta del despacho del comisario, golpeó dos
veces con el nudillo, abrió y la invitó a entrar.
ꟷSeñor comisario, la señora Ramos de la asociación
de la Costa, filial Lomas ꟷdijo, en una suerte de embrollada síntesis de lo que
había escuchado hacía un rato. El comisario ya estaba parado para recibirla. La
invitó a sentarse en cualquiera de unos sillones ubicados frente a una mesa
ratona, alejados del escritorio, a fin de distinguirla como importante visita,
alejada la forma del trato dispensado a personas comunes o a un subalterno.
ꟷUn gusto recibirla, señora Ramos. ¿Gusta un
café, un té? ꟷdijo el comisario con una amplia sonrisa cuyos extremos parecía
que se le perdían en la nuca.
ꟷNo, gracias.
ꟷBueno, la escucho, el agente Barrios me dijo
que…
ꟷPermítame –lo cortó ella seria y terminante. El
comisario calló. La sonrisa se estrechó, de modo que ahora podía verse bien
donde empezaba y terminaba la boca.
ꟷPor favor ꟷdijo el, ya serioꟷ, dígame.
Ella abrió su cartera, extrajo un celular Samsung
Galaxy J8, 4G, se cercioró de aumentar adecuadamente el volumen, abrió la
aplicación del Whatsapp, buscó y cuando encontró lo que quería apretó el
triangulito que dispara la grabación de voz. Se oyó la pausada voz de un joven
con poca instrucción, consistente en la temerosa pero clara explicación de un
conjunto de circunstancias. La reproducción no llegó a durar más de dos minutos,
y al final se oyó también la voz grabada de Doña Acacia, tranquilizando al joven
cuya trabajosa voz acababa de reproducirse. Cuando el comisario terminó de escuchar
estaba rojo, mudo, con las mandíbulas apretadas y duro como piedra mientras
aferraba los apoyabrazos del sillón con manos de tenazas. No le
salía palabra. Pero a Doña Acacia sí.
ꟷDesde ya comisario que no va a haber más robos
en el barrio, aunque los vecinos, inclusive la china Cora, anulen sus contratos con esa empresa que es de
su propiedad, aunque esté a nombre de un testaferro, empresa cuyo nombre además es
ridículo. Y por supuesto que tampoco le va a pasar nada al joven Facundo, como
tampoco a ninguno de sus amigos, quienes dejarán además de trabajar para usted, que se encarga de sembrar la inseguridad que solo le sirve a usted para aumentar sus ilícitos ingresos.
De lo contrario no tendré más que armar un grupo de Whatsapp, en los que
estarán incluidos varios de los vecinos de mi barrio, y también algún que otro
fiscal y periodista que conozco, y simplemente ejecutar tres acciones en mi
celular. Primero la de buscar el archivo, después la de seleccionar el grupo destinatario,
y por último la de apretar el ícono de enviar. Y no se le ocurra arrebatarme
ahora este celular, no le servirá de nada, porque la grabación se la envié antes de venir a una
persona de confianza que usted no sabrá, obviamente, quién esꟷ. Dicho lo cual
Doña Acacia se levantó y se retiró caminando normalmente con el bastón bajo el
brazo, ya no le hacía falta para que le prestasen atención, lo había conseguido de otra manera. No abandonó el despacho sin antes desearle los buenos días al comisario.
___ X ___
Me llamo Facundo Río,
tengo diecinueve año, vivo en Ucrania sin número, entre la Magallane y Suare de
Caraza, Lanú. Trabajo para el comisario Benavide de Loma. El comisario Benavide
e el verdadero dueño de la agencia de seguridá segurlú titán, que está a nombre
de otro que no sé quién e. Como tengo varia entrada por hurto, y una por robo, mi
viejo hace dojaño se quedó sin laburo, depué se fue, no sabemo dónde está,
tengo un hermanito daun, mi vieja trabaja por hora y no alcanza pa nada…, pero nunca maté a nadie eh, ojo, a mí y a otro
cuanto pibe el comisario no tiene agarrado e lo guevo y amenazado con mandarno
adentro otra ve, si no trabajamo para el. No manda a reventar casas para afaná,
el no da la dirección. Notro sabemo quelige la casa que después de hacé la propaganda
de su empresa de seguridá no lo contratan. Pa asustarlo y meterle miedo, ¿vio?
Eso… Es el negocio que tiene. Mete miedo y que le contraten la seguridá de la
segurlú titán, ¿qué má quiere que aclare, señora? Por favó, ¿usté está segura
que no me va a pasá nada? Por favó… No le puedo yevá ma quilombo a mi vieja,
por favó… Quedate tranquilo pibe, no te va a pasar nada. Yo te lo aseguro.
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