El tipo dio dos vueltas a la llave y abrió el cajón de la
cómoda. Sin dejar de mirarse al espejo con una cara de fin del mundo, metió la
mano y sacó el revólver Taurus calibre 38 special, guardado en su funda de
cuero impecable. Lo tenía escondido debajo de una pila de calzoncillos, bajo
llave, fuera del alcance de los pibes. Lo sacó del estuche, se miró por última
vez como para despedirse de su propia cara de agonía, y se metió un certero
tiro en la sien derecha. El proyectil salió por el otro lado dejando un
estropicio que no viene al caso detallar. Pero esta no es la historia. La
historia es otra.
Un desengaño amoroso, el descubrimiento de una traición
artera, la terrible pérdida de un ser querido, la certeza de una deuda impagable,
la responsabilidad por la ruina definitiva de su familia, la noticia de una
enfermedad fatal, un agobio existencial insuperable. Vaya a saberse. Cualquiera
de esas razones pudieron haber sido la causa de la trágica decisión. Inclusive
otra que desconozcamos. Pero eso no viene al caso, porque esclarecer sobre esa
cuestión, no es esta historia. La historia es otra.
Como en todo caso de suicidio, más si es con armas, se abre
una investigación penal. Hay que descartar la intervención de segundos, y/o de
terceros, la posible instigación al suicidio, de dónde salió el arma, en qué
lugar entró el proyectil, porque si fue en la nuca, en la espalda o con la mano
derecha en la sien izquierda, la cosa se pone rara y empieza el desfile de
familiares y últimas visitas prestando declaración testimonial, sentados en el
filo de la silla, frotándose las manos sudorosas y volcando el vaso de agua que
le pusieron delante. Pero esta tampoco es la historia. La historia es otra.
Para determinar esos detalles, hay que realizar la autopsia,
que definirá con precisión el lugar del ingreso de la bala y también el de
salida, el sentido y la dirección, la distancia desde la que se hizo el disparo,
el horario de la muerte, cuánto tiempo pasó hasta el hallazgo del cuerpo, si
había livor mortis, es decir rigor cadavérico,
a ver, si estaba duro, lo cual indica cuánto hace que murió; si el cuerpo fue
encontrado en el mismo lugar en que se produjo el disparo mortal, o fue movido
de un lugar a otro, cosa que devela dónde se advierte la acumulación de sangre,
y todo ese tipo de cosas que desentrañan (pocas veces la palabra es más
apropiada) los peritos médicos legistas sobre las frías tablas morganas, que
hay en las frías salas azulejadas de las morgues. Pero esta, esta tampoco es la
historia.
Resulta que en la morgue de la jurisdicción del departamento
judicial que le tocaba intervenir, de acuerdo al lugar donde nuestro hombre
decidió terminar con todo, frente al espejo de su cómoda, jurisdicción cuyo
nombre mantendremos en prudente reserva, no había lugar disponible para sumar
una nueva autopsia. Había seis cadáveres en fila esperando su turno. El fiscal
necesitaba información rápida y precisa, aunque fuese por teléfono, sobre
aquellos puntos clave de la investigación, caratulada provisoriamente como
“investigación causales de muerte”. Entonces, decidió disponer que se enviara
el cadáver a la morgue de la capital provincial, con carácter de urgente, y que
el médico legista que fuere, le adelantase telefónicamente esos informes
provisorios en 48 horas, y después, cuando pudiese, le enviase el definitivo
por escrito con todos los sellos que se le ocurriesen poner. Pero esta tampoco
es la historia. Esta tampoco.
La viuda del suicida estaba en la mesa de entradas de la
fiscalía, dando alaridos como posesa. Los datos de la fiscalía, su número,
titular y departamento judicial, los mantendremos en prudente reserva. Los
alaridos de la viuda, no solo estaban motivados por el dolor ante la tremenda y
horrible muerte de su marido, sino por un hecho tan increíble como insólito.
Habían pasado diez días desde que el fiscal pidió el informe al gabinete
pericial provincial, disponiendo el envío del cadáver, mediante la orden
pertinente, pero no se tenían noticias de ningún tipo. No solo sobre el informe
provisorio solicitado, sino sobre, escuchen esto, sobre el lugar donde se
encontraba el cadáver del que había decidido volarse el cerebro. El cuerpo no
estaba en la morgue del departamento judicial, cuyo nombre mantenemos en
prudente reserva, tampoco en la casa de sepelios de confianza de la viuda, a la
que ella encargó el traslado a la morgue provincial, y tampoco había llegado, y
obviamente por ello no estaba, en la morgue de la capital del estado.
Había desaparecido.
-¡¿Dónde está mi esposo, el cuerpo de mi esposo?! ¡¿Dónde
está, dónde está?! –gritaba enardecida la mujer, al mismo tiempo que golpeaba
una y otra vez la mesada de atención de la fiscalía.
-Tranquilícese, por favor, señora –intentaba decirle la
empleada- Tiene que estar en tránsito.
-¡No me tranquilizo nada! ¡¿Dónde está mi esposo?! No está
aquí, no está allá, no está en ningún lado, ¿en tránsito de dónde a dónde?, en
todos lados me dicen que no lo tienen o que no llegó.
-Tranquilícese señora, por favor. Voy a hablar con el fiscal.
Ya va a aparecer –decía la empleada.
Escena más patética resulta inimaginable. Se ha esfumado un
cadáver en tren de ser autopsiado, entre una jurisdicción desbordada y otra
requerida.
Pero esta, aunque turbadora de por sí, esta tampoco es la
historia.
Después de que el fiscal diera la orden de traslado del
cuerpo a la morgue provincial, por falta de espacio en la propia, mediante
entrega a la comisaría interviniente del oficio respectivo, para ser entregado
a la casa de sepelios de confianza de la viuda, a fin de que dicha empresa
fúnebre se hiciera cargo del traslado del cuerpo, el comisario que recibió el
oficio lo leyó detenidamente. Después lo dejó sobre su escritorio y marcó un
número en su teléfono celular. Era de la casa de sepelios con la que trabajaba
su seccional. Después hizo traer a la viuda a su despacho.
-Señora, el traslado a la capital provincial tendrá que
hacerse con esta empresa fúnebre –le dijo el comisario al tiempo que le
entregaba una tarjeta con el nombre, digamos que se llamaba Velatorios La taquería Express, con indicación del teléfono y dirección -es la
única que está en condiciones de hacer este tipo de traslados con intervención
judicial. La que usted propone no está habilitada –agregó el comisario.
-No entiendo –dijo ella- El fiscal no me hizo al respecto
indicación de ningún tipo.
-Se le habrá pasado –dijo el, conminándola a que se retirase
rápido y fuera a la cochería indicada.
La mujer agarró la tarjeta y salió atribulada de la
comisaría.
En Velatorios La
taquería Express, la atendió un señor de traje oscuro, de mediana estatura,
algo encorvado, de piel sumamente blanca y casi calvo, que se parecía a José
López Rega. Cuando vio la tarjeta produjo una sonrisa de medio lado y estuvo a
punto de caérsele una línea de saliva, como cuando un perro oye moverse un
plato con algún resto de comida.
-¿Dónde está el muchacho? –le preguntó a la mujer como si se
tratase de algo gracioso. La mujer estuvo a punto de echarse a llorar. El tipo
intentó ponerle la mano en un hombro, como para parecer amable. Ella se retiró
en un acto reflejo como si se le hubiese acercado un lagarto. Se repuso y le
contestó que el cuerpo estaba en la morgue de la jurisdicción, esperando ser
retirado, porque allí no había más lugar.
El sujeto calvo con pinta de López Rega abrió la boca y echó
una parrafada.
-La búsqueda a la morgue local, el traslado a la capital, el
retiro y devuelta a la jurisdicción tras la autopsia, para ser inhumado, son un
millón quinientos sesenta mil pesos, transferidos con anterioridad al servicio
–dijo el lagarto de un tirón, de manera monocorde, como si le hubiesen
preguntado la hora.
La mujer se sobresaltó. Se espantó ante lo que había
escuchado. Ni por asomo tenía semejante dinero, menos aún disponible por
completo de manera inmediata.
-¡Pero cómo, es una orden judicial, ¿cómo que tengo que pagar
eso? ¡Mi cochería ni de cerca me habló de semejante suma!
-Lo siento, no sé qué decirle. Son las condiciones –replicó
el lagarto.
-¡Serán las condiciones que arreglan entre el comisario y
ustedes! –le gritó ella, se dio media vuelta y se retiró de Velatorios La taquería Express. Volvió a
la comisaría, y no más en la recepción pidió que le dijesen al comisario que el
traslado se haría con su cochería de confianza, que era una vergüenza que hiciesen
negocios aprovechándose de estas situaciones. El agente de guardia levantó el
teléfono, pidió con el comisario y le transmitió la novedad.
Al otro día alguien retiró el cadáver de la morgue local. La
que no tenía más espacio. Y a los diez días estaba la viuda golpeando la mesa
de entradas de la fiscalía dando gritos y preguntando dónde estaba su esposo, mejor
dicho el cuerpo de su esposo, que no aparecía por ninguna parte. Y la empleada
diciéndole, nerviosa:
-Tranquilícese, por favor, señora. Tiene que estar en tránsito.
Ah, perdón. Casi se me pasa. En nuestro sistema judicial y
policial, hay cadáveres cuyos casos se investigan, que no están en ninguna
morgue, sirven para hacer negocios y solo están en tránsito. Esta es la
historia.
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