Recorriendo el pasado domingo 27 de agosto de 2023 noticias en mi computadora, encontré una nota perdida en las
secciones sensacionalistas de provincias. Convocó mi atención un nombre,
Navarro. El artículo tenía como título Inquietante hallazgo. La bajada
intentaba captar aún más la atención, decía: Tras la muerte de su último
dueño, Abeledo Navarro, conocido sindicalista de Nogoyá, se produjo un
sorprendente hallazgo debajo de un mueble de la propiedad en la que vivía, solo,
y de quien pocos se acordaban. El
desarrollo de la nota hablaba sobre un inesperado hallazgo que hicieron en el
departamento los empleados de la mudadora. Retiraban los viejos muebles para
dejar el lugar sin trastos a fin de ser ofrecido en venta. Encontraron un
cuchillo Tramontina debajo de un raído tresillo, cubierto hasta el mango de una
especie de cáscara oscura y seca. Enseguida sospecharon que podría tratarse de
sangre de otro tiempo. Avisada la policía las pericias lo confirmaron, y además
que era humana. Nada se pudo comprobar y nadie recordaba nada. El cuchillo fue
desechado con los demás trastos viejos. Terminada la lectura de la nota, fue
cuando la conjunción de datos iluminó mis recuerdos. De entrada, me detuve en
el apellido porque me había evocado un lugar, la ciudad
de Navarro, que nunca conocí, pero era la natal de mi amigo Gustavo, de quien
la oí nombrar y describir numerosas veces. De allí que me llamara primero la
atención. Pero de pronto, completada la lectura, comprendí que no fue por eso,
sino que recordé quien era Abeledo Navarro y que la cuestión se refería a otra
historia, y la noticia me llenó de estupor. Abeledo Navarro había sido un
ex delegado del gremio de los camioneros en Nogoyá, provincia de Entre Ríos, al
que conocí con motivo de la militancia y de una visita a esa ciudad en 2004,
diecinueve años atrás. Eso fue apenas asumida la presidencia de la nación por
Néstor Kirchner. Estuve allá una semana, en la que aparte del motivo político
de mi visita, ocurrió un hecho inusual que extendió a seis días los apenas dos
que iban a ocupar mi estadía. Navarro tenía una hermana, Catalina, casada con
un tal Antonio Ferrari, de quien se decía que era un maltratador. Vivían en la
casa de la nota periodística. Al segundo día de mi visita, terminada la reunión
en el auditorio municipal, el almuerzo y las despedidas, preparaba en la
habitación del hotel mi pequeño bolso para regresar a Lomas en el micro de las
cinco de la tarde, cuando sonó el teléfono. Era el conserje, decía que el señor
Abeledo Navarro estaba en el lobby, visiblemente alterado y que necesitaba
verme urgente. Que venga, respondí, preocupado. Por favor, Ciro, detuvieron a
mi hermana, el marido se tiró por la ventana, o se cayó por accidente, no sé.
En la seccional primera de Nogoyá pude hablar con el comisario, le dije que era
abogado y venía propuesto por el hermano de la viuda. Pude tener una breve
entrevista con Catalina, ya que en principio solo estaba demorada por orden del
juez, para recibirle testimonio relacionado con un expediente que caratuló
“averiguación de causales de muerte”. No estaba detenida ni incomunicada. Debía
comprobarse qué había pasado realmente. Por lo que nadie podía moverse de
Nogoyá hasta que lo dispusiese la justicia. La versión de Catalina, de poco
hablar, diría que monosilábica, era que tuvieron una fuerte discusión, que su
marido, Antonio Ferrari, en un momento se ofuscó tanto que dio un grito de
¡basta!, abrió de un golpe la ventana del balcón, se asomó como para tomar
aire, con tal vehemencia y descontrol que al apoyarse sobre la baranda se ve
que perdió el equilibrio y se fue para abajo. Cuatro pisos son una altura para
respetar. Cayó tan mal que dio con el cuello en el filoso borde de un macetero
y se decapitó. La declaración de Catalina no tuvo fisuras, no había más
testigos que ella, la autopsia mostró la cabeza casi del todo separada del
tronco, arrojando así certeza sobre la causa de la muerte. A los tres días el
juez cerró el caso como muerte por accidente, el fiscal firmó de conformidad,
se desvinculó a Catalina del asunto y yo me pude volver a Lomas. En el 2008 por
Abeledo Navarro, en una reunión programática que tuvo lugar en Buenos Aires, me
enteré que Catalina había fallecido, quedando vacío el departamento. En el 2015
supe de la muerte de Abeledo Navarro en una discusión de listas internas que se
fue de las manos y en la que uno de los disparos le dio en la espalda. Aparté
la vista de la computadora y comprendí que acababa de esclarecerse la muerte de
Ferrari. Caso resuelto, me dije. La imprevista circunstancia de que me llamase
la atención el apellido Navarro, me llevó a resolver que la fortuita
decapitación del marido de Catalina, hizo que la autopsia no pudiera comprobar
la injuria del puntazo que muy probablemente Catalina le había metido en el
cuello y hasta el fondo con el Tramontina. El arma mortal perdida y oculta
debajo del tresillo, que nadie vio nunca, hizo lo propio. Y el tiempo también
hizo lo suyo, la posibilidad de acción por homicidio agravado se extinguió por
la muerte de Catalina. Es más, los años y la muerte vandálica hicieron que
tampoco Abeledo Navarro supiese jamás la verdad de lo ocurrido. Tal vez solo
queda, y vaya a saberse si fue justo, que Ferrari tuvo su merecido. Cosas extrañas
de la vida, solo yo, casi desconocido para los protagonistas, lejano en la
distancia y en el tiempo, supe la verosímil historia completa, sin que fuese
útil para nadie.
miércoles, 30 de agosto de 2023
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