miércoles, 30 de agosto de 2023

CASO RESUELTO


Recorriendo el pasado domingo 27 de agosto de 2023 noticias en mi computadora, encontré una nota perdida en las secciones sensacionalistas de provincias. Convocó mi atención un nombre, Navarro. El artículo tenía como título Inquietante hallazgo. La bajada intentaba captar aún más la atención, decía: Tras la muerte de su último dueño, Abeledo Navarro, conocido sindicalista de Nogoyá, se produjo un sorprendente hallazgo debajo de un mueble de la propiedad en la que vivía, solo, y de quien pocos se acordaban.  El desarrollo de la nota hablaba sobre un inesperado hallazgo que hicieron en el departamento los empleados de la mudadora. Retiraban los viejos muebles para dejar el lugar sin trastos a fin de ser ofrecido en venta. Encontraron un cuchillo Tramontina debajo de un raído tresillo, cubierto hasta el mango de una especie de cáscara oscura y seca. Enseguida sospecharon que podría tratarse de sangre de otro tiempo. Avisada la policía las pericias lo confirmaron, y además que era humana. Nada se pudo comprobar y nadie recordaba nada. El cuchillo fue desechado con los demás trastos viejos. Terminada la lectura de la nota, fue cuando la conjunción de datos iluminó mis recuerdos. De entrada, me detuve en el apellido porque me había evocado un lugar, la ciudad de Navarro, que nunca conocí, pero era la natal de mi amigo Gustavo, de quien la oí nombrar y describir numerosas veces. De allí que me llamara primero la atención. Pero de pronto, completada la lectura, comprendí que no fue por eso, sino que recordé quien era Abeledo Navarro y que la cuestión se refería a otra historia, y la noticia me llenó de estupor. Abeledo Navarro había sido un ex delegado del gremio de los camioneros en Nogoyá, provincia de Entre Ríos, al que conocí con motivo de la militancia y de una visita a esa ciudad en 2004, diecinueve años atrás. Eso fue apenas asumida la presidencia de la nación por Néstor Kirchner. Estuve allá una semana, en la que aparte del motivo político de mi visita, ocurrió un hecho inusual que extendió a seis días los apenas dos que iban a ocupar mi estadía. Navarro tenía una hermana, Catalina, casada con un tal Antonio Ferrari, de quien se decía que era un maltratador. Vivían en la casa de la nota periodística. Al segundo día de mi visita, terminada la reunión en el auditorio municipal, el almuerzo y las despedidas, preparaba en la habitación del hotel mi pequeño bolso para regresar a Lomas en el micro de las cinco de la tarde, cuando sonó el teléfono. Era el conserje, decía que el señor Abeledo Navarro estaba en el lobby, visiblemente alterado y que necesitaba verme urgente. Que venga, respondí, preocupado. Por favor, Ciro, detuvieron a mi hermana, el marido se tiró por la ventana, o se cayó por accidente, no sé. En la seccional primera de Nogoyá pude hablar con el comisario, le dije que era abogado y venía propuesto por el hermano de la viuda. Pude tener una breve entrevista con Catalina, ya que en principio solo estaba demorada por orden del juez, para recibirle testimonio relacionado con un expediente que caratuló “averiguación de causales de muerte”. No estaba detenida ni incomunicada. Debía comprobarse qué había pasado realmente. Por lo que nadie podía moverse de Nogoyá hasta que lo dispusiese la justicia. La versión de Catalina, de poco hablar, diría que monosilábica, era que tuvieron una fuerte discusión, que su marido, Antonio Ferrari, en un momento se ofuscó tanto que dio un grito de ¡basta!, abrió de un golpe la ventana del balcón, se asomó como para tomar aire, con tal vehemencia y descontrol que al apoyarse sobre la baranda se ve que perdió el equilibrio y se fue para abajo. Cuatro pisos son una altura para respetar. Cayó tan mal que dio con el cuello en el filoso borde de un macetero y se decapitó. La declaración de Catalina no tuvo fisuras, no había más testigos que ella, la autopsia mostró la cabeza casi del todo separada del tronco, arrojando así certeza sobre la causa de la muerte. A los tres días el juez cerró el caso como muerte por accidente, el fiscal firmó de conformidad, se desvinculó a Catalina del asunto y yo me pude volver a Lomas. En el 2008 por Abeledo Navarro, en una reunión programática que tuvo lugar en Buenos Aires, me enteré que Catalina había fallecido, quedando vacío el departamento. En el 2015 supe de la muerte de Abeledo Navarro en una discusión de listas internas que se fue de las manos y en la que uno de los disparos le dio en la espalda. Aparté la vista de la computadora y comprendí que acababa de esclarecerse la muerte de Ferrari. Caso resuelto, me dije. La imprevista circunstancia de que me llamase la atención el apellido Navarro, me llevó a resolver que la fortuita decapitación del marido de Catalina, hizo que la autopsia no pudiera comprobar la injuria del puntazo que muy probablemente Catalina le había metido en el cuello y hasta el fondo con el Tramontina. El arma mortal perdida y oculta debajo del tresillo, que nadie vio nunca, hizo lo propio. Y el tiempo también hizo lo suyo, la posibilidad de acción por homicidio agravado se extinguió por la muerte de Catalina. Es más, los años y la muerte vandálica hicieron que tampoco Abeledo Navarro supiese jamás la verdad de lo ocurrido. Tal vez solo queda, y vaya a saberse si fue justo, que Ferrari tuvo su merecido. Cosas extrañas de la vida, solo yo, casi desconocido para los protagonistas, lejano en la distancia y en el tiempo, supe la verosímil historia completa, sin que fuese útil para nadie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario